Taller de coyuntura

Infrapolítica
Intentaremos darnos un concepto que nos permita pensar la politicidad actual más allá de lo que vemos y leemos en los medios masivos de comunicación. Si asumimos que la política es eso de lo que habla la sección Política de los medios, ¿podemos suponer que existe un espacio que acompaña a la política desde abajo, una dinámica que podríamos llamar infrapolítica?

Hablamos de infrapolítica para nombrar un fenómeno actual y coyuntural, que no es fácilmente asimilable a las categorías con las que venimos pensando lo político. En una nota recientemente publicada en el diario Página 12 sobre las tomas en los colegios secundarios de la Ciudad de Buenos Aires, los/as chicos/as dicen “somos hijos de la crisis de 2001”. No se trata de chicos del 2001. Sino de hijos de aquellas jornadas. Hijos muy diferentes a los hijos de la política de los años 70. Explican: “nos interesa la política pero desconfiamos de lo políticos”. Y esa desconfianza, intuimos, puede convertirse en un central de la micropolítica.  

Se trata de expresiones que difieren de los movimientos del 2001, pero son herederas de ellos. En aquel entonces, las asambleas barriales, los centros de trueque, los movimientos piqueteros y los grupos anticorralito se organizaron en un contexto de estallido de la macropolítica. Hoy, en cambio, hay una revitalización de la política. La pregunta es si junto a este reverdecer de la política no surgen dinámicas nuevas, subterráneas tal vez, prácticas que tratamos de entrever. 

Hablamos de infra y no ya de micro-política. Si bien Delueze y Guattari nunca se referían a la micropolítica como algo chico (la micro tiene siempre la misma extensión que la macro) los últimos años hemos experimentado micropolíticas del refugio en lo pequeño, reducidas a lo local. Como las micropolíticas, la infra comparte con las micropoliticas la ligazón con las situaciones concretas. Pero elegimos el nombre de infra para remarcar el modo en que estas micropolíticas actuales se extienden en toda la dimensión de lo político. Más que una diferencia de escala, lo que distingue macro y micro, macro e infra es una diferencia de reglas de constitución, de modos de existencia.  

La infrapolítica va cerca de la política, pero a distancia. Hace política y, al mismo tiempo, desconfía de la política. En esa desconfianza radica su heterogeneidad, su forma singular de actuar. La política está regida por una racionalidad pragmática (en el sentido que su lógica es de uso, de fuerzas, de tácticas). Lógica de poder, en la cual resulta imprescindible coaligarse con otros por pura necesidad. La infrapolitica, en cambio, es una dimensión ética, en el sentido que su punto de partida consiste en declarar que un estado de cosas nos resulta intolerable. Todo empieza cuando decimos: “esto no lo quiero”, “esto no lo soporto más”, “esto no”.

Los estudiantes, para seguir con nuestro ejemplo privilegiado, se niegan a seguir cursando en las condiciones edilicias en las que lo hacían. Las tomas se sostienen en esa expresión de disconformidad, que convive con las demandas de las agrupaciones políticas, y al mismo tiempo a una cierta distancia de lo político como tal. En una entrevista (“Tomar la toma en serio”, dialogo entre agrupación Free y Colectivo Situaciones), pibes y pibas del Normal 4 que sostienen la toma del colegio comentan su incomodidad con el discurso de los militantes, dicen que no se sienten representados, que ellos no hablan así, no piensan así.

La toma es el espacio de otras experiencias, de otros lenguajes, donde lo infrapolítico se habla cuando se charla sobre una película o sobre lo que dice un diario y no simplemente cuando se critica a Macri. Donde lo infrapolítico se habla en otros tonos, donde el chiste o la ironía encarnan una crítica a las formas tradicionales de hacer política. Una ironía que no es cinismo, porque no se coloca por fuera de lo que expresa, no pasiviza. Por eso la infrapolítica no es (en ningún sentido) semejante a una “antipolítica”, el rechazo a los intereses constituidos no se traduce en desinterés. 

En el escenario de la política los actores están siempre ya-constituidos y se enfrentan por intereses (igualmente constituidos: estado, clases). En las politicidades que describimos (infra) los actores están en constitución y no responden a intereses establecidos previamente. Son espacios en los que: (a) se generan modos de vida y modos de percepción, mientras que la macropolítica (b) es el reino de la representación.

El principio de representación permite hablar por otros, callar a unos, hacer hablar a otros a partir del lenguaje ya estructurado de la política. Un lenguaje que es el mismo que el de los medios de comunicación. Así funciona la lógica de los medios, creando estereotipos: de la diversidad de quienes participan en las tomas los medios eligen entrevistar a los militantes, cuyos discursos caben en las gramáticas de la política. Las otras voces son más difíciles de asumir en la televisión. Al igual que un sonido incomprensible no se interpreta como música sino como ruido, no se reconoce esas voces como discurso político.

Cuando esos tonos disonantes se acompasan y la experiencia de la toma cristaliza en un lenguaje político, en un “lenguaje de la toma”, eso es más el límite de la infrapolítica que su potencial. Eso que a quienes tenemos una afinidad política nos suena bien, nos produce empatía, evidencia una captura de la política.

Contra ello, la infrapolítica insiste con su “ruido” (ya decíamos en la reunión pasada que en la política había una cuestión de oído) que quiere expresarse. No se contenta con lo micro, con ser el lenguaje que se crea entre dos, en los intersticios. La infrapolítica irrumpe, es algo que acontece. Cuando emerge ¿podemos decir que está colonizando la política? No sabemos si la coloniza, pero si la interpela, la obliga a responder y, en ese punto, altera la fijeza del lenguaje establecido.

Hay una cierta fluidez entre los dos órdenes, que nos lleva a considerar a la política y la infrapolítica más como dos polos de un continum que como una dicotomía. La infrapolítica podría ser el suelo donde surgen los elementos que luego retoma la macropolítica, un nivel embrionario. Pero consideramos, al mismo tiempo, que la infrapolítica también puede retomar por su cuenta elementos de la política. 

La infrapolítica supone siempre un exceso sobre los códigos de la política: una emergencia de la multiplicidad de relaciones, algo imposible de subsumir a la lógica de la representación. Lógica de la proliferación y la ambigüedad, allí donde fracasa la idea de un “pueblo” más o menos homogéneo,  para quien politización equivale a representación, cuerpo único y todo unificable, representable. La infrapolítica designaría (si finalmente adoptamos el concepto) aquello que nunca se puede traducir por completo al lenguaje de la política, aquello que siempre sigue resonando como una política a (cierta) distancia de la política.  


Anexo: Lo que resuena la política

Nos preguntamos por lo que escuchamos cuando nos proponemos pensar la coyuntura política. Así como resulta evidente que en música o en el psicoanálisis hay un asunto de oído, podemos partir de que también en política hay una dimensión de oído. También en la política hay mucho ruido, melodías gastadas y clichés que tienden a repetirse. Entonces: ¿qué es lo que escuchamos cuando escuchamos, dónde ponemos la oreja, que pliegues, qué registros priorizamos?

Por ejemplo, entre las sonoridades de este último tiempo tenemos un gobierno que nos hace oír ciertas cosas en relación con la última dictadura. El gobierno interpela al empresariado y denuncia a los empresarios vinculados con ella, distinguiendo entre capital cómplice y capital no cómplice (seguramente los Grobo entran en esta última posición). ¿Esta de complicidad con la dictadura, a propósito de la batalla con Clarín, la historia del Papel Prensa, se deja interpretar como superación del neoliberalismo? ¿Estamos en un momento posneoliberal? ¿y que sería el posneoliberalismo?

Ante todo: ¿qué cosa es el neoliberalismo? Es un problema de oído. Puede que la dictadura haya sido más la destrucción de cierto “estado social” construido a partir del peronismo que la construcción sistemática de un estado neoliberal. Una destrucción a partir de la cual, en los 90, se afianzó una política centrada en el individuo y una economía centrada en el capital privado.

Es interesante hablar de estado-neoliberal. Porque la cantata “neo” hablaba contra la intervención del estado. Y cuando hoy se habla contra la fase neoliberal de los años noventa se afirma que el estado tiene que intervenir más. Desde ambas posiciones se silencia (como el silencio en la música) la existencia de un estado neoliberal, de intervenciones propiamente neoliberales.  

¿El neoliberalismo es un intento de recuperar el liberalismo de antaño o apunta a una nueva forma de relación entre estado y mercado? Gustavo Grobocopatel, un ejemplo de “capital-no cómplice” tuvo un debate con Mempo Giardinelli y Aldo Ferrer en Pagina 12 (lo esencial ocurrió entre el 11 al 18 de agosto de 2010). Allí sostiene que “es fundamental tener políticas de incentivo a la inversión, al combate contra la evasión y un estado fuerte y dinámico”. El empresario sojero –cuyas ganancias provienen del mercado internacional y no del consumo interno- pide un “estado fuerte”.

Una posición similar expresa hace solo dos semanas Enrique Iglesias, ex director del Bid quien se considera al mismo tiempo neoliberal y neointervencionista. Desde su punto de vista la crisis actual extrema la identidad entre mercado competitivo y fuerte intervención estatal. 

Una postura liberal estaría orientada a que el estado dejara libradas al mercado crecientes porciones de la economía. En el neoliberalismo, en cambio, el empresariado pide un estado que regule. Pero no se trata de agentes excluyentes, se deshace la disyuntiva-excluyente entre estado y mercado. El estado no limita al mercado desde afuera, sino que participa de su trama, lo incita y lo constituye.

Esta es una poco la lección de Foucault en “El nacimiento de la biopolítica”: en el neoliberalismo el estado brega por las extremadamente complejas condiciones en las cuales los mercados pueden funcionar.  


En vez de limitarse a que las políticas públicas beneficien a su sector, el reclamo de Grobocopatel se centra en que haya una política integral de desarrollo económico para el país. El neoliberalismo no es un discurso antipolítico, es un discurso político. No se trata solamente de un argumento de los empresarios para ganar más dinero. Existe también un neoliberalismo popular, una forma de ver las cosas, una racionalidad que ha penetrado tramas populares.

El neoliberalismo no impone “un” modelo de acción o un modelo de vida, su lema es “hace lo que quieras, pero que produzca valor mercantil”. Se trata de una racionalidad que supone que el principio racional de toda relación social debe estar orientado a generar dinero. Lo que no produce ganancia no tiene sentido. La vida es un capital humano que tiene que valorizarse. Los pobres no pueden tener muchos hijos porque si estos se echan a perder sus hijos no van a ser suficientemente productivos.

Esta racionalidad es efectiva en áreas enteras de la sociedad, más allá de la tónica del gobierno. Hoy el discurso oficial no es un discurso neoliberal, y se han tomado medidas que no son neoliberales, como la asignación por hijo o la ley de movilidad jubilatoria.

¿Se puede pensar a los planes de asistencia social como oportunidad de modos no-neoliberales de producción de lazos sociales, en tanto entrañan acciones que no están orientadas a generar valor mercantil? Desde una racionalidad eminentemente neoliberal, el objetivo de estos planes puede ser el de evitar que una porción de la población que podría ser conflictiva interrumpa el circuito de valorización capitalista. El neoliberalismo, que tiene como imperativo que todo lo que es en la sociedad produzca valor en el mercado, para funcionar necesita exceptuar ciertos cuerpos de esa valorización.

La exceptuación que así se aplica puede abrir a experiencias diferentes de las que produce el capital: relaciones sociales por fuera del trabajo. Fuera del trabajo no quiere decir fuera de la producción de lo social. Fuera del trabajo puede ser fuera de las delimitaciones de valor trazadas por el mercado, puede ser el espacio para una racionalidad donde toda vida es necesaria.