Verdades y mentiras

Es mentira que la sociedad argentina se divida entre kirchneristas y antikirchneristas. Tiendo a pensar que somos muchos más los que estamos en el medio, tratando de pensar algo entre tanto ruido. Y que son más, todavía, los que en la Argentina no piensan en política nunca (salvo cuando tienen que votar). Es una sensación. De lo que estoy seguro es de que aceptar la división binaria del mundo que muchos quieren imponer no va a hacerle bien a nadie: ni al kirchnerismo, ni a los opositores, ni a los que estamos en el medio. Blancos y negros, peronistas y antiperonistas, derechas e izquierdas no son sólo términos agotados y vaciados de sentido: son, antes que nada, opciones fascistas. Es mentira que el kirchnerismo haga todo bien. Es mentira que lo haga todo mal. Es verdad que la oposición no representa una opción atractiva. Es ridículo que esté de moda el chantaje de exigir credenciales ideológicas para trabajar, para mantener una conversación, para discutir, para caminar por la calle. Es verdad que para poder pensar bien (así como para crear cualquier cosa) conviene estar lejos del poder. El poder influye, distrae, desestabiliza, nubla, borronea y muchas veces corrompe. Es verdad que 6, 7, 8 y Duro de domar son, básicamente, programas de propaganda política. No de pensamiento. No de discusión. Es verdad que a cualquier persona medianamente formada deberían darle un poco de lástima y bastante vergüenza. Es verdad que el kirchnerismo no gana nada con ellos: si esos son sus pensadores, sus defensores, sus cruzados, pierde mucho. Es verdad que los pensadores, defensores, cruzados de la oposición no suelen ser mucho mejores. Es verdad que el periodismo atraviesa, desde hace tiempo, una crisis profunda: cómo se producen las noticias, cómo se edita la realidad, cómo se seduce a los lectores (y a los compradores). Es mentira que el periodismo sea un oficio mejor o peor que otros. Es apenas una profesión, con malos salarios y unos pocos privilegios. Es mentira que los periodistas sean mercenarios a sueldo de sus patrones. El noventa y cinco por ciento de los periodistas que conozco son trabajadores (con mayor o menor inteligencia o talento) honestos y profesionales. Es verdad que las empresas periodísticas están cruzadas por todo tipo de intereses. Es mentira que esos intereses suelan ser los de sus trabajadores. Es verdad que, por lo general, en los medios escritos se trabaja sin sufrir ningún tipo de censura. Y que está lleno de resquicios y espacios a aprovechar para crear cosas nuevas, interesantes, distintas. Es verdad que comienzan a aparecer medios donde desde una posición de simpatía con el Gobierno se permiten críticas constructivas: la revista Barcelona, algunos artículos de Crisis. Esa disidencia crítica es lo que más necesita el Gobierno, cualquier gobierno. Tengo amigos en Clarín, La Nación, PERFIL, Página/12, y todos ellos trabajan con absoluta libertad de opinión y conciencia. Es verdad que existe ese otro cinco por ciento (como en todos los oficios): cínicos, hipócritas, oportunistas, cómplices, genuflexos. Por lo general, no trabajan en redacciones (o trabajan en medios comprados por el poder de turno, y pese a lo que creen no los lee nadie ni tienen ninguna influencia) sino en radio y televisión, donde está el dinero. A mis amigos, ahora que el periodismo parece una profesión condenable per se, quise desearles el pasado 7 de junio un feliz Día del Periodista. Al resto, aunque se reciclen, aunque en uno, dos, cuatro años escriban y opinen cosas completamente opuestas a las que opinan y escriben hoy, tranquilos: no olvidaremos sus nombres ni sus palabras.
Maximiliano Tomas