Posible / Imposibe
por Raúl Cerdeiras
“No siempre se puede hacer lo que uno quiere sino lo
que se puede”. Así lo dijo CFK, dando entender que le hubiera gustado
“nacionalizar” YPF tiempo atrás, cuando apoyó a Néstor en su labor de
privatizarlo, pero…
La cuestión está planteada en el campo de lo posible. Por lo tanto hay que tener en
cuenta que lo posible siempre es posible. Sin embargo, en el interior de lo
posible siempre hay una posición extrema (Sartre) y es no hacerlo, aunque a uno
lo obliguen. Cristina quería hacerlo pero no podía y entonces “cedió en su
deseo” e hizo lo contrario de lo que quería, lo privatizó, y para colmo no
estaba atada a una mesa de torturas. Era perfectamente posible no hacerlo. De
tal manera nada justifica su acción de ir libremente en contra de lo que
quería. Salvo…
Esta conducta es de una envergadura catastrófica y
pone sobre el tapete los “códigos morales” de toda política que se la equipara
a la gestión de lo posible. En el Congreso nadie le enrostró esta claudicación, porque cada uno de
los “congresistas” es un experto practicante de esta moral. La acusan de
“panqueque” (pirueta de la que también ellos son maestros) o de dudosa
capacidad de administradora.
Si de emancipación se trata lo dramático es toparse
con lo imposible. Por esa circunstancia
nos aturden los oídos con el clamor del sentido
común establecido (el poder más siniestro de los últimos 30 años) que
señala nuestro aislamiento, inefectividad, y tantos otros estigmas. En cierta
manera dan en el clavo. Porque nosotros pensamos que cualquiera puede rebelarse
y siempre tiene razón. Si esta idea no puede abrir su propia capacidad
transformadora e ingresar en el mundo de la política para subvertirla, no por
eso vamos a ceder en nuestro deseo y subirnos al furgón de cola del tren del
orden establecido que dice: “aquí viajan los que elijen el mal menor”. Pero
tampoco vamos a bajarnos del tren y refugiarnos en el goce de un aislamiento
masturbatorio. Preferimos ser pasajeros que no ceden en su deseo y que dicen lo
inaudible para la política dominante. Decir, por ejemplo, que frente a las
miserias más extremas que provoca el capitalismo, no debemos crucificar a los
pueblos con la etiqueta de que son víctimas inocentes y asumir el papel de
redentores laicos. Para que haya emancipación debemos afirmar que ellos también son responsables del orden que
nos oprime, porque como cualquier otro
pueden rebelarse. Así ponemos en movimiento el principio de igualdad entre los
hombres en política, que nos impide dividir el mundo entre los que saben y
conducen y los pobres ignorantes que no saben por qué sufren y buscan un
salvador que los conduzca y calme sus males.
Es muy probable que ante esa circunstancia la mayoría
de los pasajeros digan: ¿escuchaste eso?, ¡está loco!, ¿quién le va a dar bola?
Pero hay que tener confianza en que, de repente, se puede escuchar el ruido del
vidrio de una ventanilla rota. Allí hay que mirar, es nuestro precario lugar
real en el tren.