Devenis desconocido ante nuestros propios ojos

por Mila Damina


Devenir imperceptible. Pero, ¿ante quién? Deleuze lo dice de la hierba: crece entre medio de las cosas, y ella misma crece por el medio. Entonces, la adquisición de una clandestinidad es algo muy diferente del romanticismo del maldito. De una auténtica elección siempre puede decirse, de algún modo, que ella nos elige, ya que toda elección demasiado consciente está preparada para fracasarnos. Hay todo un sistema social que podríamos llamar pared blanca-agujero negro. Siempre estamos prendidos con alfileres en la pared de las significaciones dominantes, hundidos en el agujero de nuestra subjetividad, en el agujero negro de nuestro querido Yo. Pared en la que se inscriben todas las determinaciones objetivas que nos fijan, que nos cuadriculan, que nos identifican y nos obligan a reconocer; agujero en el que habitamos con nuestra conciencia, nuestros sentimientos, nuestras pasiones, nuestros secretitos demasiado conocidos, nuestro deseo de darlos a conocer.


De lo que se trata es de poder ver. Y para eso, es necesario abandonarnos. El ojo, liberado del yo, ya no revela ni elimina nada. Enormes ojos ciegos que se producen en las cosas. Es bien cierto que con cada paso podemos determinar nuestra propia trampa. Deleuze lo dice a propósito de la traición. Hay una diferencia fundamental entre el traidor y el tramposo: éste último prepara un porvenir en función de una historia. Una traición, en cambio, implica una ruptura, hace que el pasado deje literalmente de existir. Nada revela mejor la traición que la elección objeto. Y no porque sea una elección de objeto, que es una noción desafortunada, sino porque es un devenir, el elemento demónico por excelencia

Es preciso marcar una distinción. Una traición (una auténtica elección) jamás tiene por referencia la ley. Si el traidor hace algo, no es contra la ley, sino a pesar de ella, e incluso, a pesar de sí mismo. El maldito, por el contrario, pone los pies en el negativo absoluto, lo que, en cierta medida, lo vuelve estandarte de lo que contraría. La sombra del árbol, los ojos muertos, los agujeros negros. ¿Y de qué es culpable el capitán Ahab, en Melville? De haber elegido a Moby Dick, de haber elegido la ballena blanca en lugar de obedecer a la ley de grupo de los pescadores que dice que cualquier ballena es buena para ser cazada. Ése es el elemento demónico de Ahab, su traición, su relación con Leviatán, esa elección de objeto que lo compromete en un devenir-ballena.   
     
Entonces, volvemos al comienzo: una elección crece entre medio de las cosas, y ella misma crece entre nosotros. Devenir desconocido ante nuestros propios ojos.  Clandestinidad, sí, pero a plena luz del día. Nadie de quien ocultarse. Nada que ocultar. En tu rostro y en tus ojos siempre se ve tu secreto. Pierde el rostro. Trazar una línea. Pararse frente a un espejo fracturado, y poblar los fragmentos y las grietas. Mi cuerpo entero debe devenir un rayo perpetuo de luz cada vez más intenso... Aprieto mis oídos, mis ojos y mis labios. Antes que vuelva a ser hombre, probablemente existiré como parque...