Cartografías políticas: Posthegemonía

(apuntes de un taller)



Introducción

Jon Beasley Murray, en la Introducción de su libro Poshegemonía, dice: “La hegemonía no existe, ni nunca ha existido. Vivimos en tiempos poshegemónicos y cínicos: nadie parece estar demasiado convencido por ideologías que alguna vez parecieron fundamentales para asegurar el orden social.” Le llama hegemonía al hecho de que las ideologías puedan asegurar el orden social y afirma que la política nunca funcionó de esa manera.
            Para Beasley Murray el nivel donde se asegura el orden o se producen las rupturas de carácter político no es el de las ideologías y los discursos, sino el nivel de la  los afectos y los hábitos. Los afectos son aquello que sentimos por encontrarnos con otros y hábito es una coordinación de afectos. Según este planteo, hay orden social cuando la capacidad de los cuerpos de producir nuevas formas de sentir o de coordinarse (poder constituyente) es atribuida a una instancia de poder (poder constituido; pueblo, o sociedad civil), y hay cambio, crisis o ruptura cuando los propios afectos y hábitos ya no se atribuyen al poder constituido (sino a la multitud).

Hipótesis

Todo lo que pasa a nivel discursivo está siempre trabajado, por debajo, por algo que no se puede reducir a lo discursivo y remite a los cuerpos.


Decimos

·          Cuando Beasley Murray habla de “ideologías” pareciera que se refiere a un corpus de ideas y discursos políticos. El cristianismo, en tanto forma de organizar a los cuerpos, no sería ideología, intervendría en el orden de los afectos.
·          Las formas de expresión política que surgen en nuestros días a partir de las catástrofes –tragedia de Once, inundaciones, etc.- parten menos de un a priori ideológico y más de una situación afectiva (corporal): son cuerpos no dan más, que están en el límite.  
·          La política varía cuando varían los afectos y los hábitos. En cada momento histórico los afectos y hábitos se pliegan sobre ideologías, que también van variando.
·          Por ciertos períodos, un conjunto de deseos y prácticas aceptan adherirse a un discurso, aceptan transferir un poder a una institución e identificarse con ella.
·          Hay momentos en que la coordinación de los afectos existente entra en crisis, en que los poderes no pueden garantizar la estabilidad de los hábitos. Eso pone en riesgo la aceptación e identificación de los grupos sociales con el discurso dominante.
·          La tarea de los políticos o los intelectuales no sería ya la de convencer a la gente, la de crear consensos, sino la de ligar y coordinar los afectos. Sobre esa capacidad de gestión de los afectos se montan las operaciones discursivas, como una instancia segunda.
·          En este sentido, la destreza retórica del kirchnerismo frente a la pobreza discursiva de los caceroleros no implica por sí misma una mayor intensidad política. La eficacia política del gobierno, al igual que la de sus opositores, se juega en la capacidad para asegurar cierta estabilidad afectiva/y de hábitos (vinculados, por ejemplo, al nivel de consumo).
·          Es como si, en el último tiempo, ocupar la calle hubiera perdido valor en política. Puede haber movilizaciones opositoras multitudinarias, pero eso no parece poner en riesgo la continuidad del gobierno. Desde el oficialismo ya no se habla de una “amenaza destiyuyente”, como en 2008, sino de “democracia” y expresión de las diferencias.
·          Pareciera que cuando el kirchnerismo pierde en un terreno político, ese terreno deja de ser clave: las multitudes en la calle, los medios de comunicación, las denuncias de corrupción. Quizás sea que el gobierno no se juega su suerte en estos escenarios mientras pueda garantizar la estabilidad de afectos y hábitos: el dominio en el terreno de movilización social, así como en el de la opinión altisonante o la trama mediática de los juicios morales y las denuncias no parecen ser en este momento lo decisivo.
·          La forma política que se podría ver emerger en los cacerolazos es más cercana al neoliberalismo que al populismo. Hay un espíritu de devolución de centralidad a la sociedad civil, que desplazaría del centro al estado. Neoliberalismo y populismo son para Beasley Murray dos formas de estabilización y gestión de los afectos.
·          Se hace política, necesariamente, ante la catástrofe. Más decisiva que la aparición mediática es la reacción ante la tragedia, por ejemplo. Una fiesta juvenil, la calidad del transporte o la infraestructura urbana pueden ser fuente de una desestabilización de las intensidades. Cromañón, Once, inundación en La plata. En La Plata se ensayó un dispositivo solidario-militante organizado por la militancia de La Cámpora. Cabandié dijo “no hay estado sin militancia”.
·          Grandes momentos “afectivos” del kirchnerismo: Néstor Kirchner bajando el cuadro de Videla, o en su discurso de la Esma; la muerte de Néstor Kirchner; el anuncio de expropiación de acciones de Repsol YPF. Momentos que apuntan modificar hábitos: políticas sociales, paritarias, etc.
·          Si hacer política es crear espacios de coordinación de los hábitos, ¿dónde se está haciendo política hoy? ¿qué modula los afectos y qué los encausa?


Próxima Reunión
Vamos a ver si se puede explicar al peronismo como un sistema de hábitos y afectos, teniendo en cuenta que el peronismo es la base explicativa de las teorías de la hegemonía populista, en la línea de autores como Ernesto Laclau.

Materiales para la próxima
Capítulo 1 del libro “Poshegemonía”, de Jon Beasley Murray.