La muerte del espía revela una trama de proxenetas y asesinos

por Ricardo Ragendorfer


El ya célebre proxeneta Raúl Martins pasó la mañana del 9 de julio en su hogar, un lujoso piso del condominio Mar Lago, situado en la zona hotelera de Cancún. La irrupción de su asistente quebró la quietud. El tipo le extendió un celular. Desde Buenos Aires le hablaba su abogado, Teodoro Álvarez, por una mala noticia: el confuso fallecimiento de su amigo y empleado "El Lauchón", tal como todos llamaban en la antigua SIDE (hoy Secretaría de Inteligencia) al agente Pedro Tomás Viale, acribillado durante el alba por el Grupo Halcón, de la Bonaerense, al ser allanada su casaquinta de La Reja debido a una causa de drogas. Martins asimiló el asunto contemplando el mar Caribe por el ventanal; el sol sobre sus cejas lampiñas le daba un aire de reptil.

En ese mismo instante, desde su residencia de la localidad platense de City Bell, el ministro Ricardo Casal se deshacía por teléfono en explicaciones. "Yo no sabía nada", aseguraba una y otra vez. En el otro lado de la línea estaba el gobernador Daniel Scioli. "Nadie me avisó", insistía el funcionario; sus dedos aferraban el auricular como si fuera el cuello de un enemigo. Se refería a los 18 allanamientos ordenados aquel día por el juez federal Juan Manuel Culotta y el insólito uso de dicha unidad de asalto para el operativo en el domicilio del malogrado espía. "Nadie me avisó", repetiría Casal, con un balbuceo. Minutos antes, él había oído esas tres palabras en boca del jefe de la Bonaerense, Hugo Matzkin.    

¿Es posible que semejante ofensiva contra el crimen organizado se hiciera a espaldas de la cúpula policial? Lo cierto es que, a 48 horas de los hechos, tan asombroso hermetismo hizo rodar la cabeza del titular de la Superintendencia de Drogas Ilícitas, comisario general Marcelo Peña (ver recuadro). Dicen en los pasillos del Ministerio de Seguridad de la provincia que este promisorio oficial, al ser oportunamente increpado por Matzkin, también dijo: "Nadie me avisó." Tal vez, en aquellas circunstancias, por su cerebro se haya cruzado la figura influyente jefe de la Subdelegación San Miguel de Drogas Ilícitas, comisario inspector Enrique Roberto Maldonado. De hecho, su cabeza fue la siguiente en rodar.

En resumidas cuentas, el agente secreto Viale recibió en la madrugada de ese martes la intempestiva visita de 13 efectivos del Grupo Halcón, al grito de "¡Chapa! ¡Chapa!", un formalismo para manifestar su pertenencia a la SIDE. Por respuesta, los recién llegados le prodigaron un balazo en el pecho. Cuando caía, alcanzó a disparar su pistola Glock en el pie de un intruso. La respuesta consistió en otros tres disparos. Su esposa escuchó su muerte acurrucada detrás de una pared. También habría oído una posterior deliberación entre los verdugos. "Matemos a todos", propuso alguien. Se refería a ella, al menor de sus hijos y a la novia. "Imposible. Ya es tarde", contestó otro uniformado, al ver que en las casas linderas se prendían las luces. Poco después, al clarear, sólo un patrullero de consigna quedó en el frente del chalet de la calle Rocha Blaquier 1502, de La Reja.

La única certeza es que el pobre Lauchón no había caído en cumplimiento del deber. 
 
EL RUFIÁN MELANCÓLICO

Quizás, en la mañana de aquel fatídico día, Martins haya evocado el estrecho vínculo que lo unía al hombre que acababa de morir. Una amistad anudada a su propia historia.

Hubo un tiempo remoto en que Martins era otro: "Aristóbulo Manghi." Tal era su identidad de cobertura en la SIDE. Tenía 27 años y un espíritu locuaz. Decía dar clases de Historia en un colegio secundario. Y decía provenir de una familia acomodada. Pero, en más de una ocasión, entonado por alguna copa, terminaba por revelar su verdadero oficio.

Nadie sabe con exactitud por qué razón se enroló en el organismo de la calle 25 de Mayo. Su solicitud de ingreso, recomendada por un teniente coronel amigo de la familia, fue presentada a finales de 1973. Meses más tarde salió su "nombramiento condicional" con categoría C-C33 IN 14, que en el críptico lenguaje de la SIDE significa "agente secreto" con funciones operativas. Y fue destinado a la Base Bilinghurst.

Lo cierto es que, como hombre de acción, lo suyo fue de baja intensidad. Sus primeras tareas fueron tomar fotografías de militantes en actos y marchas, durante los días previos al golpe de 1976. A partir de entonces, se dedicó al seguimiento de posibles "blancos de la lucha antisubversiva". De ese modo se hizo diestro en el arte del "ovejeo" y "la capacha", tal como en la jerga represiva se denominaba a los dispositivos de vigilancia sobre las futuras víctimas. Cabe recordar que el personal de la Base Billinghurst tenía bajo su control el centro clandestino de detención Automotores Orletti, nada menos que la filial vernácula del Plan Cóndor. Allí hizo amistad con dos celebridades del terrorismo de Estado: Eduardo Ruffo y Aníbal Gordon. Allí también hizo excelentes migas con un muchacho de su edad: El Lauchón. 

Martins renunció a la SIDE en 1987. Y no demoró en transformarse en el "Yabrán de la prostitución", como a él le agrada que lo llamen. Hay quienes creen que en su conversión empresarial puede haber dinero negro del aparato represivo de la dictadura. Lo cierto es que de ese mundillo sacó dos estrechos colaboradores: su "culata" predilecto, Marcelo Gordon –hijo dilecto del finado Aníbal–, y, desde luego, el agente Viale, quien hasta su trágico fallecimiento siguió reportando a la sección de Contrainteligencia de la actualmente llamada Secretaría de Inteligencia. 

El Lauchón, entre otros menesteres, se ocupaba de detectar si los teléfonos del jefe estaban intervenidos, además de pinchar los de sus enemigos. Por ello, cobraba una suculenta mesada, la cual solía endulzarse en caso de servicios especiales. Ya se sabe que, en enero de 2012, el espía fue acusado por Lorena Martins de enviarle sicarios por cuenta del papá –a quien ella denunció ante la justicia– con el propósito de callarla para siempre. Al ser luego increpado por la mujer, dado que lo conocía desde niña, Viale sólo atinó a esgrimir: "No sabía que estabas vos ahí."

En los últimos tiempos, alternó su trabajo de espía con un emprendimiento personal: la instalación de un prostíbulo en Puerto Iguazú. Un proyecto ambicioso, ya que dicho establecimiento iría a funcionar en un edificio de cuatro plantas, con sala de juego, venta de drogas y hasta servicio de lavandería. Lorena Martins confirmó a Tiempo Argentino tal versión: "Pedro estaba interesado en asociar en eso a mi padre. Pero a él no le interesó porque no era su zona."

En paralelo, El Lauchón investigaba por cuenta de "La Casa" –tal como se le dice a la Secretaría de Inteligencia– cuestiones vinculadas al narcotráfico. En ese contexto, tal vez haya encarado otras iniciativas comerciales.
 
EL HALCÓN Y EL HOMBRE DE LA NIEVE

El secretario de Seguridad de la Nación, Sergio Berni, reflexionó ante un micrófono de Radio del Plata: "Sorprende la decisión del juez de realizar un allanamiento a la noche con el Grupo Halcón, para ir a buscar unos documentos; la verdad que eso no es muy común." 

Lo cierto es que el juez federal Culotta –con pedidos de juicio político ante el Consejo de la Magistratura por alterar pruebas en beneficio de represores acusados por delitos de lesa humanidad– investigaba desde fines de 2011 a El Lauchón por integrar una banda de narcos que, además, cometía estafas con títulos de propiedad pertenecientes a personas fallecidas. Claro que su virtual fusilamiento convirtió tal pesquisa en parte de otra historia. 

No menos cierto es que, con el correr de las horas, la poco original hipótesis de una "interna en la comunidad de inteligencia" se diluye al compás de una pregunta: ¿Viale manejaba información comprometedora sobre un juez federal de Morón, cuyo nombre aún no trascendió? Hay quienes incluso creen que ello habría sido la clave de una extorsión. Es posible que el comisario Maldonado –el factótum operativo de los 18 allanamientos– haya estado al tanto de esa pista. Habría que saberlo.