Tomar la medida
de Simona de Simoni
"La lucha de clase, hoy más que
nunca, se lee en el espacio”. Es posible asumir esta afirmación de Henri
Lefebre como una invitación a interpretar el mundo en que estamos inmersos, a
comprender la espacialidad compleja del capitalismo contemporáneo y a elaborar
–en contraposición – discursos y prácticas para experimentar y organizar nuevas
formas sociales y de vida.
La tarea no es fácil y no puede ser resuelta a partir de una única
perspectiva: el espacio, en efecto, posee una estructura móvil y relacional que
debe analizarse en un proceso continuo, situado, incansable y apasionado. En
este lugar, sin embargo, se intentará centrar la atención en el llamado
"espacio urbano", sin confundir con la imagen morfológicamente
estable de la ciudad tradicional e imposible de superponer integralmente a la
figura de metrópolis específicas. La progresiva urbanización del planeta, en
efecto, no constituye un fenómeno meramente cuantitativo. Sino que también
marca un verdadero cambio cualitativo que rediseña la relación entre espacio y
política, a todo nivel y escala. Hoy, la "revolución urbana" (es
decir, la ruptura drástica del paradigma espacial y político de matriz
fordista) parece acabada. Esto no significa que ensamblajes políticos e
institucionales consolidados, como, por ejemplo, el sistema internacional de
los Estados hayan desaparecido, sino que, su función se ha redefinido
ampliamente dentro de una geografía del capital en continua transformación. A
nivel diagnóstico, con matices y declinaciones diferentes que no es posible
agotar en este momento, la función estratégica de las metrópolis y de su propia
conexión reticular en el marco del capitalismo global contemporáneo ha sido
puesta en evidencia en varios frentes. Mientras se asume la irreducibilidad de
los procesos económicos y políticos actuales a una escala privilegiada, resulta
fundamental, en efecto, reconocer una verdadera articulación on urban
scale del neoliberalismo. Como se ha observado, por ejemplo, el
comando capitalista se desarrolla en una red de "ciudades globales"
que trasciende ampliamente el viejo sistema internacional de los Estados,
mientras que el espacio urbano se caracteriza cada vez más como el terreno
fértil para una economía de la renta que se basa en la puesta en valor
especulativa de los suelos y el aprovechamiento de las formas de vida como
tales, sin necesariamente pasar por la inclusión salarial. Por otro lado, sin
embargo, flujos cada vez más importantes de mercancías, trabajo, información,
conocimientos, seres humanos, etc. desafían y rompen todo binarismo morfológico
a partir del cual se articulan los pares centro/periferia, norte/sur,
este/oeste, dentro/fuera, abriendo, así, imaginarios inéditos de alta
potencialidad política y liberadora.
Los espacios metropolitanos contemporáneos –que se están transmitiendo
en una "sociedad urbana" articulada, diferenciada y heterogénea –
parecen, por lo tanto, competir ampliamente para determinar los procesos de
ósmosis multiescalar que caracterizan el capitalismo contemporáneo. A su vez se
constituyen como espacios de flujos, de escritura y reescritura de fronteras,
de montaje y desmembración continua. Y, precisamente por eso, resultan
centrales para el análisis y las prácticas de insurgencia, de impugnación y de
conflicto. La ciudad, por tanto, adquiere un relieve fundamental, no como una
aglomeración estática, tanto menos como proyección ideológica de un abstracto
"espacio público”, sino como conjunto de relaciones conflictivas dentro de
las cuales se determinan formas de vida. No existe, en efecto, una
"cuestión urbana" desligada de los problemas de la renta, del vivir,
de la salud, de la movilidad, de la alimentación, de la formación, del placer y
así sucesivamente. Y al mismo tiempo, la dimensión urbana – irreducible, como
hemos visto, a cualquier aglomeración específica y, ni siquiera, a ninguna
matriz morfológica estable-, que indica, más bien, un isomorfismo entre aglomeraciones
complejas y heterogéneas, parece ofrecer un coeficiente dimensional apropiable
y manejable para una suerte de "ciudadanía insurgente".
Y esto no lo demuestra tanto y sólo la teoría, sino, sobre todo, la
práctica: no es difícil reconocer, en primer lugar, la matriz urbana de los
movimientos sociales de los últimos años, en Europa como en otros lugares.
Piénsese, por ejemplo, en Occupy Wall Street o en las Acampadas españolas: en
la plaza Taharir como en la plaza Syntagma, en el más reciente levantamiento
turco o –en forma aún más radical– en el extraordinario movimiento brasileño.
Cada vez más, pues, las turbulencias globales –fenómenos de magnitud
variable en la constelación de las luchas sociales –afectan las metrópolis como
terreno de expresión y de organización y, al mismo tiempo, como objeto
específico de reivindicación. Desde este punto de vista, se podría decir que
acá nos encontramos frente a la variación actual de un tema recurrente, frente
al resurgimiento de tensiones nunca extinguidas. Aunque teniendo en cuenta las
grandes diferencias, en efecto, la "urbanización del capital” se acompaña
de numerosas luchas repartidas en el tiempo y el espacio. Un archivo muy rico
de experiencias, lenguajes, prácticas y expresiones creativas, traza las
coordenadas históricas y geográficas de una conflictividad urbana de alta
intensidad. En el fondo, como señalara ya Engels, frente a la formación del
Manchester industrial del siglo XIX, la ciudad ha sido la primera sede de la
lucha de clase y el trasfondo sobre el que se ha consolidado una imagen
revolucionaria de extraordinaria intensidad: la barricada. Y, en los riots metropolitanos
contemporáneos, se ha propagado una práctica explícita de la "cita" en
sentido literalmente benjaminiano: así como en París los jacobinos
"citaban" a la antigua Roma, así hoy en Brasil se menciona Taksim, en
Taksim se menciona Tahrir y así sucesivamente en una circulación de prácticas e
imaginarios en que se juega el reto de una redefinición constituyente de la
relación entre espacio y política.
La metrópoli –o más en general el colapso de las fronteras netas entre
dentro y fuera, entre ciudades y campaña, entre local y global –como matriz que
genera y alimenta formas constituyentes, sin embargo, no refleja únicamente una
localización estratégica o el depósito de un sugestivo imaginario
contra-cultural y antagonista. Más bien la metrópoli indica la norma de un
espacio global, fragmentado y diferenciado, de acumulación capitalista y de
reorganización de las formas del trabajo.
En la metrópolis, en efecto, se realiza la tensión entre austeridad y
crecimiento que alimenta los nuevos sueños del capital y marca políticas de
espíritu empresarial urbana de gestión mixta (público/privado, local/global) y
de alta competitividad interurbana: a distintas latitudes y longitudes, la
precarización del trabajo, la mercantilización de los servicios y del welfare,
el aumento del control social y de la represión, la criminalización de la
pobreza, las políticas inmobiliarios especulativas y así sucesivamente, parecen
fenómenos comunes bastante evidentes. En este terreno se inscriben
"citas" productivas entre contextos de lucha diferentes. Pero, como
el espacio no es ni un sujeto ni un objeto, sino el producto de un haz de
relaciones, es necesario reconocer que la agresividad de las políticas urbanas
neoliberales responde – tratando de dominarla– a la potencia inmanente de las
subjetividades que viven y cruzan los espacios metropolitanos. Subjetividades
diferentes, productivas, a menudo indisciplinadas y cada vez más determinadas a
apropiarse del fruto de su actividad cotidiana y cooperativa, el espacio urbano
mismo. Reapropiarse de espacios por vivir, lugares para estudiar o trabajar,
canales de circulación, tiempos para descansar y para el cuidado de sí mismo y
de los/las demás/, no sólo significa satisfacer necesidades sacrosantas o
resistir a las políticas vampiresas de una valorización tout court y
sin mediación de la existente, sino también repensar lo urbano en cuanto tal.
Y, si se admite una suerte de analogía entre la sociedad urbana y la sustancia
de los filósofos –es decir, la totalidad inmanente de los atributos del
mundo– se puede asumir que apoderarse de las ciudades quiera también decir
recuperar pieza a pieza un mundo entero. Citando un lema muy célebre: “We have a World to Win!”
Traducción:
César Altamira