Política dadaísta

por Juan Pablo Maccia


Por fin se fue diciembre. Extraño como nunca la paz de enero. Además del clima propicio se suma la renovación de insumos: acaba de llegar mi prima Laura repleta de libros y revistas que ya iré comentando. Se arrimó al brindis también mi tío Mario con sus chismes, consejos y pronósticos. Buen momento para ordenar (exorcizar) el acumulado tóxico de las últimas semanas.

Aunque lo más preocupante es la suma y la carga de los episodios, la cantidad y la calidad,  arriesgo que entre todos ellos (cortes de luz, calor arrasador, protagonismo de Capitanich, ascenso de Milani) lo más pesado y aleccionador del clima social es la serie acuartelamientos policiales/saqueos/supuestos “narcos”/aumentos salariales para las fuerzas de seguridad.

Estos acontecimientos desbordan las cuestiones de números -de muertos, de aumentos presupuestarios y de detenidos- y se trenzan con el problema más complejo de la re-significación histórica: los días 19 y 20 de diciembre renuevan su carga simbólica y proyectan al futuro una concentración de caoticidad que ningún gobierno (siquiera uno popular) puede conjurar. 

Nunca falta alguien que acuñe la expresión adecuada para una situación abismal: “paritarias callejeras”. Ya no las del piquete, o la de los sindicatos, sino la de los agentes oficiales que regulan el acceso de las masas al consumo. En estos términos se presentan la cuestión policial y la cuestión social en este 2014.

El peligro político no consiste en volver al 2001 sino al período inmediatamente posterior (2002/2003). Desde que la presidenta Cristina aceptó respetar el artículo constitucional de no re-reelección ha comenzado una transición sucia. Se desea aniquilarla, someterla a un desgaste brutal, convertirla en un Duhalde: jefa en retirada, sin apoyo electoral propio y rodeada del mismo elenco de garantes de la transición por arriba: los mismos curas y hasta el mismo Capitanich que ya por entonces representaba a los gobernadores del PJ (en muchos casos también los mismos).

El objetivo perseguido es simple: hacer del kirchnerismo una línea interna menguante del peronismo, y preparar unas elecciones óptimas para un período sin candidatos fuertes. El modelo es la elección del 2003 en la que los resultados dieron así: Menem a la cabeza; luego Kirchner-Scioli y ahí nomás López Murphy, Carrió y Rodríguez Saá. La repetición del escenario en las nuevas condiciones significaría un 2015 con segunda vuelta, abierto para cualquiera.

Y sin embargo, no es esto lo que preocupa en lo inmediato. En este “fin de ciclo” que desvergonzadamente recorren propios y ajenos ha irrumpido un dato mayor: el protagonismo popular moldeado por la influencia del capitalismo runfla y su política dadaísta. Radical, inmediatista, calculadora y hasta shakesperiana no hay gaucho que no se apropie de su consigna y la utilice como regla para resolver asuntos de diversa complejidad táctica o estratégica: “¿da o no da?” (esa es la cuestión).