En recuerdo de Juan Carlos Marín (1930-2014)
por Agustín Santella
“Lito” Marín perteneció a la generación de
intelectuales de los años 1960, manteniendo y renovando ese legado. Fue una
persona destacada de una nueva elite político intelectual cuyo horizonte se ha
propuesto eliminar la “división entre dirigentes y dirigidos” en la
distribución del poder social. El campo específico de la práctica de Lito se
inscribe en la investigación científica social. Pero esta práctica iba de la
mano con la participación política a partir de la movilización popular, directa
o indirectamente en colaboración con organizaciones de nuevos sectores de
izquierdas en distintos países latinoamericanos.
Juan Carlos Marín formó parte del equipo que fundó
la carrera de Sociología en la Universidad de Buenos Aires hacia 1956
acompañando a Gino Germani. Este inmigrante italiano exiliado del fascismo,
luego de realizar estudios formales en Filosofía, se propuso transformar lo que
consideraba una sociología ensayística en una de tipo científico, trayendo los
avances que en este sentido se realizaban en las universidades de los países
capitalistas desarrollados (mayormente Estados Unidos).
Formado en este ámbito, Lito Marín practicó con
pasión y originalidad la investigación social. Como parte de la generación
rebelde, fundó el Centro de Investigaciones en Ciencias Sociales (CICSO) en
1966, proponiendo una combinación de métodos sociológicos con la teoría
marxista. Durante la ruptura con la sociología hegemónica aquí se recuperaron
cuestiones clave como el método empírico, pero ahora como base para otra estrategia
política intelectual.
El proceso de la investigación desde los 1960 a los
1980 acompañó el proceso revolucionario latinoamericano. Así se conceptualiza
el ejercicio de la práctica combativa dentro del entendimiento de la formación
del poder en términos sociales e históricos, pero también estratégicos. Esto se
va haciendo en el camino de la radicalización política. Primero milita en el
Partido Socialista, y es parte de la dirección de la FUBA (Federación
Universitaria de Buenos Aires) en los 1950s. Luego integra las fracciones de
izquierda de este partido. De ahí en más colabora con formaciones radicalizadas
en Chile y Argentina.
Marín investigó la toma de tierras en Chile entre
los 1960 y 1970, antes y durante la Unidad Popular de Salvador Allende viviendo
allí; las luchas armadas en Argentina cuando volviera durante la apertura de
Cámpora. Antes había realizado un estudio sobre los constructores navales del
puerto de La Boca (Buenos Aires) hacia los años 1950, en colaboración con el
sindicato (de orientación sindicalista anarquista). Hacia 1967 participa como
investigador miembro en una conocida investigación colectiva dirigida por Jose
Nun sobre la marginalidad en América Latina, financiada generosamente por
la Fundación Ford (asesorado internacionalmente por Hobsbawm y Touraine). Este
proyecto tenía asiento en el Instituto Torcuato Di Tella, lugar de vanguardia
en el arte y las ciencias por aquellos años. Por el origen de los fondos este
proyecto fue cuestionado duramente por otros núcleos intelectuales como
funcional a la inserción imperialista. Nos parece que la dinámica de los
enfrentamientos en el Cono Sur no deja dudas sobre esta querella.
Posteriormente Lito publica una serie de cuadernos
teóricos en CICSO (el más conocido es el “cuaderno 8”). También circularon
varios cuadernos inéditos de intensa teorización sobre estrategia que suman
cientos de páginas. Tan temprano como 1986 publicó “La silla en la cabeza”, una
transcripción de una discusión pública con Thomas Abraham sobre los usos de
Michel Foucault. La charla terminó acaloradamente: Lito amenazó a su adversario
teórico con tirarle una silla por la cabeza. Desde los 1980 dirige una camada
de nuevos investigadores hoy en actividad.
En una entrevista Lito cuando le preguntamos por
las influencias teóricas en sus trabajos, él respondía que ellos simplemente
tomaban a Marx para la investigación empírica. Sin embargo, para sus
investigaciones y reflexiones teóricas tomaba no solo a Marx, sino también a
Clausewitz o Foucault. Estas síntesis tenían un significado propio en la
América Latina de aquellos años. No solo Argentina, sino Chile, y luego
Centroamérica, fueron ejes de una práctica investigativa de lucha teórica (no
diremos “práctica teórica”) en la que se unían las personificaciones del
sociólogo y el “militante crítico”, al decir de Guillermo Almeyra. Pasó el
exilio en México enseñando en El Colegio de México en su Centro de Estudios
Sociológicos.
Vuelto a la carrera de Sociología en la segunda
mitad de los 1980, Lito Marín desarrolló un nuevo programa de trabajo
articulando la investigación en el Instituto Gino Germani junto con la docencia
en talleres para estudiantes avanzados. En estos talleres el Profesor Marín
usaba formas poco ortodoxas, experimentales. Uno de sus temas, casi obsesivos
diríamos, hacía a la comprensión de las condiciones de posibilidad sociales de
los genocidios, un tema directamente vinculado a la experiencia reciente. Esta
cuestión se relacionó a la vez con un intento de formular el castigo o la
represión como condición de la producción y reproducción de las sociedades (“de
lo social”).
A modo de introducción, podemos seleccionar algunos
aportes empíricos y conceptuales en su trayectoria. Realizó una contribución
hacia la investigación empírica de las luchas de clases en torno de varios
conceptos: fuerzas sociales, estrategias, enfrentamientos. Fuerzas sociales son
los agrupamientos que se producen en los alineamientos en las luchas concretas.
Estos agrupamientos comprenden a fracciones de distintas clases sociales. Aquí
se intenta captar y reproducir empíricamente cierta complejidad de la formación
de los actores sociales y políticos de la lucha de clases. La idea general es
que los actores se definen por sus acciones, que estas son complejas (la acción
nunca puede reducirse a la voluntad un único actor), situadas en campos de
intereses relacionales. Estas relaciones no son solo materiales sino sociales y
morales en varios aspectos. Incluyen las acciones de fuerzas opuestas. En
síntesis, en esta conceptualización hay una convocatoria a la
reproducción analítica de la complejidad de las luchas como parte de una
totalidad social.
Las fuerzas sociales llevan adelante estrategias,
las cuales no se reconstruyen por la conciencia discursiva de la práctica, sino
por los ordenamientos de las acciones objetivas. La práctica son los
enfrentamientos. Aquí hay un uso de la teoría de la guerra aplicado a los
conflictos sociales. Los conflictos son encuentros de combate, unidades mínimas
de análisis en el proceso de las guerras. Grosso modo así fue creando este
marco analítico en el transcurso de los estudios sobre Chile y Argentina, luego
conceptualizado en sus Cuadernos de CICSO, esto es desde fines de los 1960 a
principios de los 1980. Es un marco que debía permitir el análisis sistemático
concreto de los procesos específicos nacionales de luchas, “bajarlos” de
conceptos metafísicos hacia conceptos operacionales, que llevaran a
“mediciones” cruciales.
En el estilo de Lito Marín se expresaba el
compromiso directo entre conocimiento y entendimiento práctico. No importa
ahora el señalamiento de los límites que la burocracia investigativa (creo
estos eran sus términos o se parecen) hacían a este compromiso. Era común la
formación de “seminarios” con estudiantes críticos por fuera del plan oficial
de estudios. Allí se echaba por la borda todo formalismo escolar. El uso de las
estructuras de la organización académica era visto como una prolongación que
podía servir a la investigación reflexiva práctica, sometida a un proceso de
crítica y autocrítica prolongada. En estos talleres nos formamos varias
generaciones. Supongo que en el centro de su proyecto estaba la formación del
oficio de la investigación estrechamente vinculado a la transformación práctica
social.
Por supuesto que todo esto contrae contradicciones
(¿Qué práctica organizada no las tiene?). No obstante rescatamos esta guerra
científica popular y prolongada, esta revolución investigativa permanente, este
proceso de crítica radical de todo lo existente que somete a examen las
verdades ajenas y propias en la esperanza de que ello contribuyera al avance de
la especie humana. Así retomamos más o menos sus palabras.