Todos sabíamos: a Franco lo mató la policía
por Alejandra Rodríguez
El miércoles 5 de
noviembre se realizó una multitudinaria marcha en la ciudad de Rosario para exigir justicia por la muerte de
Franco Casco. Franco, un pibe de 20 años. Su cuerpo sin vida apareció flotando en
el río Paraná, luego de permanecer tres semanas desaparecido. Todo indica que
se trató de un nuevo caso de abuso policial. También de un mensaje mafioso.
Eran casi las 17
y frente al tribunal de Justicia iban llegando distintas agrupaciones
políticas, organizaciones sociales y culturales, banderas, instrumentos de
percusión, esténcils y aerosoles. Muchos jóvenes, mujeres y niños, que sostenían
entre sus manos pancartas con los rostros de Franco, Santi, Emanuel, Jere, Mono y Patom, pibes de las periferias rosarinas, vidas clausuradas
en manos de las fuerzas de seguridad o de la violencia narco criminal.
El Defensor
General de la Provincia
de Santa Fe, Gabriel Ganón, quien estuvo presente en la marcha, dijo: “Lo que venimos pensando junto con la
familia es: que a Franco la última vez que se lo vio con vida ingresaba
detenido en forma irregular e ilegal a la comisaria 7ª de la provincia de Santa
Fe; que luego apareció asesinado flotando en el río; sostenemos que hubo una
desaparición forzada de persona porque se ocultó información a la familia,
porque se adulteró la identidad, se lo detuvo ilegalmente, se lo golpeó, y
porque se escondió su paradero y su cuerpo”.
La columna se
extendía por cuatro cuadras. La encabezaban los padres y hermanos de Franco, ubicados detrás de una
gran bandera de tela coloreada en la que se podía leer “A Franco lo mató la policía”. Un grupo de jóvenes de distintas
organizaciones también se ubicó en la cabecera, cada uno con una letra gigante recortada,
armando la frase “TODOS SABÍAMOS”.
Se marchó
para denunciar y repudiar el silencio cómplice del gobierno con la
policía y la actuación de la Fiscalía. Se exigió que
la carátula del caso sea “Desaparición Forzada de Personas”, un delito de lesa
humanidad y por lo tanto con jurisdicción Federal. Se visibilizó algo que la opinión
pública prefiere ignorar o justificar, algo que se sabe y no se sabe, que son los
cuerpos de los pibes pobres sobre los que opera sistemáticamente la mano violenta
de las fuerzas de seguridad, amparadas impunemente bajo el discurso social de
la “inseguridad”.
Así
lo retrataba Sergio Varón, integrante del Bodegón Cultural Casa de Pocho, “hay una clara decisión de culpabilizar a
los jóvenes y a los pobres de los barrios con un nuevo método, una nueva forma
de reclamo de seguridad por parte de toda la sociedad. Pero evidentemente ni
ésta policía, ni ésta prefectura, ni ésta gendarmería vienen a hacer esto.
Vienen a responder a un criterio de seguridad que es la que tenemos desde hace
muchos años, el de direccionar la violencia, la muerte y la desaparición hacia
los jóvenes más pobres”.
Al llegar a la
plaza, frente a la sede del gobierno provincial, una voz amplificada pedía que
se hiciera lugar para que todas las organizaciones presentes pudieran ingresar
y abrazar a los familiares. Mientras, las
madres de Franco Casco y de Emanuel
Joroba Cichero (joven asesinado en noviembre del 2013 por un ex policía),
juntaban fuerzas para hablar ante la multitud. Elsa y Rosa, con palabras
entrecortadas por las lágrimas y el dolor, pidieron justicia para los
asesinatos de sus hijos. Luego, se leyó el documento elaborado por las
organizaciones participantes y alrededor de 40 adhesiones.
La fisonomía de la convocatoria se componía de un amplio abanico
de expresiones políticas que coincidieron en marchar juntas, por encima de sus
diferencias. Respecto a esto decía Ganón, “me parece que es fundamental porque estos
episodios solamente van a terminar, van a disminuir o ser sancionados, en la
medida en que colectiva y socialmente se los repudie, se marche y se pida
justicia. Que este tipo de episodios donde la policía se involucra en la
desaparición de un pibe joven, pobre y negro no vuelvan a ocurrir nunca más”.
La multitudinaria marcha por las calles de Rosario tuvo una
dimensión política y estética. Una suerte de potencia insurreccional, mezcla de
afecto, revuelta, e invención. Esa vitalidad de los pibes pobres de los
sectores populares que perturba tanto a la sociedad de la “inseguridad”, tuvo
su correlato en los sonidos de las percusiones que acompañaron la marcha, en
los esténcils impresos en las calles, en los grafitis escritos sobre las
paredes, los cánticos y las coloridas banderas.
Una vez concluido
el acto, muchos manifestantes se quedaron en la plaza, conversando, haciéndose
preguntas, intercambiando impresiones o información. La sensación de impotencia
y dolor se sentía en los cuerpos, pero también se respiraba una enorme vitalidad
y fortaleza surgidas al calor de lo colectivo, junto con la certeza compartida
de haber llegado a un límite. El “Todos
sabíamos” que por un lado reafirmaba el saber social sobre el accionar criminal
de las fuerzas de seguridad, por el otro volvía en forma de preguntas. Si todos
sabíamos, si todos sabemos, ¿qué seremos capaces de hacer? ¿será posible desplegar
una inteligencia colectiva capaz de parar esta máquina de muerte?