Yo soy Occidente: entrevista con Miguel Mellino
por Anna Curcio
(Traducción: Laura Martínez)
A.C.:-Esta conversación proviene de una
inquietud, de una condición de confusión ante el análisis que está circulando-
incluso dentro de los movimientos- sobre lo que ha sucedido en París. Poner el
foco en la defensa de la libertad de expresión o apelar a frenar la islamofobia
me parece más bien débil, limitante, definitivamente insatisfactorio. Pero no
es mi intención producir aquí una evaluación o un juicio de valor sobre los
hechos. Simplificando, podríamos decir que se trata de un ataque enemigo de la
construcción de un camino de liberación - en una guerra donde no hay ni un
choque de civilizaciones, ni una oposición antiimperialista a los intereses
imperiales, sino más bien la cara de cada una de las diferentes formas de
opresión y explotación dentro de la misma civilización capitalista. Desde este
ángulo, lo que nos interesa sobre todo es reflexionar sobre las genealogías de
esta guerra y las represiones que la acompañan. ¿Cuál es tu perspectiva sobre
esto?
M.M:-Coincido plenamente. Está claro que esto
es un choque dentro de la civilización capitalista. No es un choque de
civilizaciones; la civilización, como una entidad reificada, no existe; y aquí
hay dos facciones, una no es necesariamente mejor que la otra. Ambas son
expresiones de la misma cosa. Pero considero que debemos comenzar a pensar
desde los hechos. No sabemos mucho pero podemos empezar desde lo poco que
sabemos. Y lo primero que yo diría es que son franceses los que han consumado
este hecho. Gente nacida en Francia y criada en los suburbios. Entonces, la
primera pregunta que debemos hacer es por qué jóvenes franceses nacidos y
criados en la cultura metropolitana de los suburbios parisinos –muestra
representativa de la cultura híbrida europea-, sintieron la necesidad de ir a
Siria a enlistarse en una organización militar política islámica para luchar
contra Assad y después volver a Francia a hacer lo que hicieron. Me parece que
ésta es la pregunta para empezar. ¿Qué está sucediendo? ¿Por qué existe esta
necesidad? Es inútil hacer lo que muchos están haciendo estos días al buscar
respuestas a los acontecimientos en París, en el Medio Oriente o en los países
islámicos. Debemos partir de Europa para comenzar a plantear la pregunta. ¿Qué
está sucediendo en Europa? Tenemos que cuestionar seriamente a esta Europa. No
es la primera vez que sucede algo así. También han ocurrido incidentes
similares durante la guerra de Irak o después del ataque a las torres gemelas.
En Inglaterra, por ejemplo, muchos chicos que no son de origen inglés o
islámico, han sentido en algún punto la necesidad de luchar contra Inglaterra y
han planificado acciones de diferente tipo. Está el caso famoso de Richard
Reid, de origen británico-caribeño, quien decidió envolverse en dinamita y
hacer estallar un avión. Al final fue descubierto, ya que la operación era
grotesca. Pero en verdad yo veo una repetición de esta situación. Y la pregunta
que hay que plantear es: ¿qué sucede? ¿De dónde viene esta necesidad?
Evidentemente podemos partir del hecho de que la mayoría de los sujetos
post-coloniales –no uso esta expresión porque esté de moda, sino porque es
conveniente para incluir migrantes, post-migrantes, para ser breve: sujetos y
grupos que de alguna manera nos remiten a la migración y al colonialismo- que
han experimentado, desde el período de posguerra (pero especialmente en los
últimos 30 años con el desarrollo del neoliberalismo), un racismo que a lo
largo de Europa, se ha convertido aún más en un componente estructural
primario. Y que parece estructural, por así decirlo, también a la idea misma de
República en Francia. Uno puede decir que la República es el nombre de la
blanquitud en Francia. Y cuando hablo de racismo aquí, estoy hablando sobre un
régimen de explotación material. No me refiero simplemente a la discriminación
y el prejuicio, como suele hacerse.
A.C. :- Entonces,
¿tenemos que mirar hacia el racismo estructural que atravesó toda la historia
europea?
M.M.:- Ciertamente yo comenzaría con el hecho
de que, en Europa, y tal vez incluso dentro de los movimientos, no hay una
respuesta adecuada al problema del racismo que muchos individuos y grupos (o
comunidades) sienten como parte de su propia explotación y marginación. Un
racismo que es realmente integral, para usar en forma paradójica el lenguaje de
Fanon. Cualquiera que haya estado en París recientemente, sabe que es una
ciudad militarizada, donde se controla y reprime a todos aquellos que de alguna
manera parecen árabes, islámicos, negros o sobre los cuales podemos decir que
cierto discurso colonial mainstream –que se ha vuelto estado y cultura-
entiende por no europeos. Hay una presión muy fuerte de parte de lo que
Althusser llamaba “los aparatos ideológicos del estado” (en este caso los
soldados y la policía) sobre gran parte de la población que es considerada como
un enemigo -si quieres también una clase enemiga, considerando que el racismo
genera nuevas formas de división de clase-. París es una ciudad fuertemente
militarizada. Hay tropas alrededor del aeropuerto y en las calles de los
suburbios, que continuamente detienen -con el fin de controlar- a todos
aquellos sospechados de ser árabes o argelinos, lo que refiere a las viejas
cuestiones irresueltas del país. Y esto nos recuerda el permanente estado de
excepción en el que vive una parte de la población metropolitana. Y es bastante
humillante sólo el ver estas escenas en medio de la gente que deambula en los
templos de consumo, despreocupados turistas o transeúntes que van al trabajo o
tal vez a tomar un café. Me hace acordar a lo que sucede en las ciudades de
América Latina, en donde lo que podemos llamar los jóvenes de los “barrios” más
pobres y periféricos o las favelas, “más oscuros” que la población promedio,
son constantemente agredidos por la policía. Por lo tanto, yo trataría de
comenzar desde aquí, desde el hecho de que no hemos afrontado esta
cuestión adecuadamente. En nuestra agenda política y teórica, -la agenda
de los movimientos o de aquellos comprometidos con algún tipo de lucha en
Europa-, ¿el racismo y el antirracismo ocupan realmente un lugar discernible?
¿Hemos dicho algo significativo sobre todo esto? Si en Londres, hace tres años
hubo disturbios considerables, en París ya habían sucedido y volverían a
producirse más tarde. También podemos pensar en lo que ha acontecido
recientemente en Estocolmo y otras situaciones similares. Evidentemente el
asunto del racismo que atraviesa el espacio metropolitano material y simbólico
de Europa también tiene que ver con una especie de desplazamiento colonial; con
el hecho de que Europa nunca ha resuelto el asunto del colonialismo, -entendido
como algo constitutivo de la historia y el capitalismo europeos-, y es esto lo
que hoy vuelve a nosotros de una forma grotesca y monstruosa.
A.C.:- Yo
diría que lo que más claramente nos muestra la existencia de represión es la
reacción a episodios como éste. Como dijiste, los legados de la experiencia
colonial y el rol del racismo en la organización y reorganización de las
relaciones sociales y productivas, en las colonias y en Europa hasta ahora, son
todas cosas que no podemos dejar de considerar, pero que no siempre están en el
primer plano de los análisis. Frecuentemente, cuando nos dirigimos al tema del
colonialismo y sus legados, y se habla de represión colonial en Europa, permanece
en el plano de la referencia abstracta sin ir al corazón del problema, el del
racismo y la explotación que atraviesan a toda la narrativa europea. Y uno
termina, como dijiste, siendo incapaz de formular las preguntas adecuadas.
M.M.:- Hablar de olvido colonial o de
represión de la cuestión colonial no significa simplemente que no se habla más
sobre el colonialismo o no lo suficientemente, o que las culpas no han sido
expiadas. El olvido del colonialismo aquí significa no haber asumido la herencia
material y simbólica del colonialismo como elemento constitutivo del espacio
material europeo contemporáneo, con un fenómeno como la jerarquización de la
ciudadanía. Lo cual involucra lo que ha sido llamado, incluso dentro de los
movimientos, la inclusión diferencial de sujetos diferentes, y que con el
desarrollo del neoliberalismo ha tomado una forma más dura y salvaje. A esto
nos referimos cuando hablamos de olvido del colonialismo y el racismo; no
solamente el hecho de que Europa necesita hacer un “mea culpa” sobre algo que
pertenece al pasado. La herencia colonial permea la constitución material
europea actual tanto como su orden discursivo, y su modo de gobierno de las
migraciones es uno de sus principales síntomas. El colonialismo y el racismo
continúan siendo acontecimientos actuales. El capitalismo, el racismo y el
colonialismo han sido históricamente entrelazados de un modo muy profundo,
creando efectos terribles sobre buena parte de la población mundial. Es un
sistema que genera efectos diferenciales, que no tiene las mismas consecuencias
para todos, ya que está basado en la distribución jerárquica de accesos,
derechos y privilegios, y que de hecho opera sobre un espacio social de por sí
heterogéneo, y un itinerario de diferencias que asimismo son reivindicadas. Una
cuestión que agrega problemas adicionales a todo el proceso de fragmentación ha
sido determinada en los últimos 20 años, con la neoliberalización y
financiarización del capital. Con esto es con lo que tenemos que lidiar. Se ha
hablado mucho de la fragmentación y la descomposición jerárquica del trabajo
como un dispositivo central de la cadena de mando del capital global, pero se
ha dicho menos sobre el rol central que tiene el racismo en la construcción y
primacía de este orden. Me parece que se ha debatido poco sobre esta cuestión,
sobre el rol del racismo en la jerarquización y fragmentación de la sociedad.
Tal vez, es por esta razón que no podemos hablarle a una parte de la población
europea que es ahora, potencialmente, uno de los sujetos y antagonistas
políticos más interesantes. En el sentido de que tal vez no podemos – o
no siempre podemos- llegar a aquellos que viven en los suburbios, comunidades,
asentamientos, etc. No quiero ser extremo; obviamente hay movimientos mestizos
metropolitanos también en Europa. Definitivamente ha habido ejemplos de diálogo
en este sentido. Sin embargo, me parece que el problema sigue siendo la falta
de una consideración real sobre el asunto del racismo/antirracismo y el
colonialismo; en nuestro entendimiento de esto para desarrollar una respuesta
política efectiva a la fragmentación social. La famosa insurrección de las
banlieues en 2005 seguramente es un ejemplo de inversión de este dispositivo
racista. Se ha visto una composición que podríamos definir como multicolor, en
el sentido de que no sólo había jóvenes de origen árabe sino también
“franceses-franceses”, -como de hecho sucedió en los disturbios de Londres en
2011-. No había solamente sujetos poscoloniales (en el sentido en que los definíamos
anteriormente) prendiendo fuego las ciudades, sino también muchos segmentos de
lo que podemos llamar un proletariado nativo que, como resultado de la avanzada
neoliberal, fue tragado por esta progresiva racialización de la sociedad. Un
proceso de empobrecimiento y marginación que termina por tragar incluso a
sujetos que no son negros, árabes o coloniales. Nunca se trata de una
separación total, como ha logrado señalar el pensamiento radical afroamericano;
somos todos una pequeña parte de estos procesos.
A.C.:- El
otro punto que me gustaría tocar tiene que ver con la libertad de expresión, un
pivote histórico del discurso liberal. Es momento de abordarlo desde una
perspectiva crítica. ¿Cómo podemos imaginar tal libertad de expresión vinculada
a dimensiones individuales y no colectivas, concretamente libertad para quiénes
y para qué? La libertad de expresión siempre está ligada a las normas y el
balance de poder en una sociedad. ¿Qué piensas sobre esto?
M.M.:- Realmente, me resulta bastante
ridículo que todo esto esté sucediendo, especialmente porque sucede incluso
dentro de algunos sectores de los movimientos. Como si los discursos de los
últimos 20 o 30 años no hubieran servido para nada. ¿A qué se refería Focault
cuando hablaba del orden del discurso? Para decirlo en forma irónica, si
queremos medir el grado de libertad de las sociedades europeas, debemos
comenzar por el grado de la decibilidad de las cosas; lo que puede ser
dicho y lo que es dejado afuera de las reglas que organizan el campo del discurso.
El efecto más evidente de ello es lo que hemos visto estos días, es decir que
para decir algo que valga la pena sobre lo que ha sucedido en París, debemos
siempre comenzar con una premisa y desde las justificaciones: “nos oponemos a
lo sucedido, es un asesinato de bárbaros, etc.” Y recién después podemos
comenzar a hablar. Esto te da la pauta de que hay una presión muy fuerte, dada
sólo por el orden del discurso, que después conduce a guardar refugio detrás de
la libertad de expresión. En la forma en que yo lo veo, el slogan “Je Suis
Charlie” es como decir “je suis Occidente”. No quiero demonizar a nadie, pero
ciertamente lo que yo leo en esta expresión sobre todo es: yo soy Occidente.
Tengo los derechos, tengo la libertad de las mujeres, la libertad de prensa.
Tengo tantas cosas y estamos asediados por bárbaros.
A.C.:-Una pretensión de universalismo…
M.M.:- Un falso universalismo. Es más bien la
Europa que durante varios siglos ha estado llevando barbarie a todo el mundo, y
que se construyó a sí misma –y continúa haciéndolo- a través de la barbarie. Y
cuando llevas la barbarie no te puedes considerar, de repente, como inmune a
todas estas cosas. Tarde o temprano sentirás los efectos, incluso en casa. Como
dijimos antes, lo que se puede decir sobre este tipo de organización político
militar como la que está en la base de lo que ha sucedido en París, es que es
como la represalia de un Frankenstein, el monstruo que se te vuelve en contra.
Y el ejemplo de Siria es muy claro. Allí, algunas personas -incluso nacidas en
Francia o en Europa-, han sido entrenadas por Occidente (Estados Unidos y la
CIA en primer lugar) para luchar contra Assad. Fueron usados en otros países,
como Irak, Libia, Etiopía, etc., bajo la máscara de las “revoluciones de color
o naranjas”. Después, el monstruo se volvió autónomo. Algo de este estilo,
-incluso usando otros actores sociales- està sucediendo en Ucrania. Volviendo a
nuestro debate aqui, no podemos evitar considerar que mucha de la población del
mundo árabe-islámico se siente en guerra, porque viene resistiendo agresiones
de distintas épocas, siente las elites de USA y Europa hay le han declarado la
guerra en defensa de los intereses capitalistas. Y la libertad de expresión,
dentro de este campo, no es algo aséptico. Esto significa que con cualquier
cosa que digas o hagas, estás apoyando a alguien, estás eligiendo entre un lado
u el otro. Y así es percibido. Esto significa que tomar partido -y las
consecuencias que de ello derivan- es algo inevitable. Tal vez desde el centro
de París es difícil sentir que gran parte del mundo está en guerra, y que la
vive, con todo lo que ella implica, como una forma de vida cotidiana. Salvando
las distancias, es como si durante la guerra de Argelia un periódico satírico
hubiera hecho una sátira de las costumbres de las clases bajas argelinas, ¿Cómo
podría ser visto eso por los luchadores argelinos? La sátira debería ser
crítica del poder.
A.C.:-Para cerrar, retomando lo que se ha
dicho, yo enfatizaría la centralidad de luchar contra el racismo, que en
particular, en este momento de crisis del neoliberalismo resulta crecientemente
urgente –incluso los casos norteamericanos de los últimos meses y los
asesinatos de jóvenes negros desarmados a manos de la policía nos hablan sobre
esto-. Pero, como dijiste, no se trata de una práctica establecida, por lo
menos en Europa. ¿Por dónde comenzamos?
M.M.:- El neoliberalismo es un sistema de
dominación basado en una concepción racista de la humanidad. Mientras miraba lo
que estaba sucediendo en París, recordaba la biografía de Malcolm X, cuando él
relata su conversión al Islam en las prisiones norteamericanas, una transición
que lo llevó primero a una identidad negra nacionalista y después al
internacionalismo. Relata que el Islam funcionaba como un remedio contra la
violencia racista percibida cotidianamente, que niega, excluye y margina, que
no te considera y te convierte en algo a ser permanentemente ignorado.
Entonces, yo diría que es interesante leer la literatura producida por el
movimiento afro-americano de los 60´ porque pienso que hoy, Europa está en una
lógica de este tipo -si es que fuera posible hacer una comparación entre
Norteamérica en ese momento y la Europa de hoy-. Está claro que con la
heterogeneización de la población en Europa, vinculada a la toma de palabra de
quienes vinieron aquí, comenzó a manifestarse un síndrome de inseguridad en el
territorio europeo que está conectado con la agresión racista que el
colonialismo lleva consigo. El síndrome del enclave, la raza blanca bajo asedio
que se tiene que defender de los pobres y los bárbaros, parece ser parte
importante del dispositivo actual de seguridad. Para mí, el punto de partida
sigue siendo poner la cuestión del anti-racismo como una prioridad dentro de
los movimientos políticos y teóricos; comenzar a pensar seriamente sobre el
tema y no tomarlo como un simple agregado de otras cosas. No alcanza solamente
con sumar más lucha antirracista a otras luchas. Es desde aquí que debemos
comenzar si no queremos permanecer cerrados y desamparados entre la destrucción
social sembrada por el modelo neoliberal de la UE y las clausuras identitarias
neofascistas que éste produce y alimenta, como un necesario otro en el espejo.