¿Energía para qué?
por Diego di Risio y Diego Pérez Roig
Desde mediados de 2014 se registra una estrepitosa caída del
precio internacional del petróleo así como de otros hidrocarburos y derivados.
Luego de superar los 110 dólares entre junio y julio, la cotización del barril
de crudo Brent descendió ininterrumpidamente hasta ubicarse entre 50-65
dólares. Aunque el precio parece haberse fijado en esa franja, al día de hoy
nadie se animaría a apostar en favor de una estabilización en el corto plazo.
La tendencia al alza de precios de la última década y esta
caída abrieron un debate acerca de la viabilidad económica de explotar
hidrocarburos no convencionales en la Argentina. Se trata de una discusión que,
sin embargo, no debe reducirse a la simple ecuación costo/beneficio. Desde el
punto de vista ambiental y sanitario, la utilización a escala masiva de las
técnicas de fractura hidráulica y perforación horizontal sobre formaciones de
lutitas acumula numerosas denuncias y prohibiciones. En Estados Unidos, el
Departamento de Salud del Estado de Nueva York acaba de publicar un informe en
el que señala que “la ciencia que rodea a la fractura hidráulica es limitada o
recién está emergiendo (...) los estudios existentes generan dudas sustanciales
sobre si los riesgos inherentes a la fractura hidráulica son lo suficientemente
comprendidos para su manejo adecuado”.
¿Cuáles son algunos de estos riesgos? Impactos sobre el aire
y potenciales afecciones respiratorias, cambio climático, contaminación
superficial y del agua potable subterránea (por migración de metano y/o
químicos utilizados en la técnica), sismicidad inducida e impactos sobre la
forma y calidad de vida de las comunidades urbanas y rurales afectadas. El
informe sintetizó cuatro años de estudios realizados con el objetivo de
asesorar acerca del desarrollo masivo de estas explotaciones. El resultado fue
la recomendación de prohibición, finalmente implementada, como en otros estados
(Vermont) y países (Francia y Bulgaria).
En la Argentina, el incipiente desarrollo de los no
convencionales lleva casi mil pozos realizados, de las decenas de miles
necesarios para lograr el autoabastecimiento energético. Sin embargo, esta
ínfima proporción es suficiente para dar cuenta de los riesgos en términos de
accidentes (como pérdida de pastillas radiactivas en pozos de Total e YPF),
violaciones de derecho indígena, y la ocupación de áreas protegidas y tierras
dedicadas al cultivo. Recordemos que en los últimos meses más de 40 municipios
del país han prohibido la técnica en su ejido al priorizar el principio
precautorio en materia ambiental.
Finalmente, más allá de la incertidumbre que rodea a los
precios y las técnicas, no pueden obviarse las consideraciones más políticas
del asunto. La producción y el consumo de energía no son algo “externo” a las
relaciones sociales predominantes en la sociedad capitalista, sino que guardan
con ellas un vínculo indivisible. La explotación económica y de la naturaleza
que sostiene la acumulación capitalista supone una periódica reestructuración
de los procesos productivos bajo la premisa del crecimiento infinito, que opera
como arma del capital frente a la continua insubordinación del trabajo. Este es
el secreto más recóndito de las revoluciones tecnológicas que han caracterizado
al funcionamiento del capitalismo en sus más de dos siglos de existencia. La
reducción de los trabajadores a meros apéndices de las máquinas, así como la
inevitable aceleración en el transporte y el consumo de mercancías, implican
crecientes costos energéticos y ambientales, como fielmente atestigua el
desbocado proceso de mundialización de las relaciones capitalistas de las
últimas décadas. Gracias a su inigualable densidad energética, los
hidrocarburos son prácticamente insustituibles para esta forma de reproducción
social. Proyectos como el de Vaca Muerta se insertan en esta matriz de
relaciones, y, por lo tanto, carecen de todo tipo de “neutralidad” en términos
de clase. Su cuestionamiento pues, lejos de ser retrógrado, se encuentra
grávido de una pregunta sumamente enriquecedora que amerita el mayor debate
público posible: ¿energía para quiénes y para qué?