De Foucault a Marx, el hilo rojo de la crítica
III. Prólogo al neoliberalismo
(3/4)
por Julián Mónaco,
Alejandro Pisera y Diego Sztulwark
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En uno de sus habituales textos publicados en Página/12, “Neoliberalismo y subjetividad”[1], el psicoanalista
argentino Jorge Alemán se refirió a los cursos dictados por Foucault, en
particular al Nacimiento de la biopolítica y a la conceptualización que allí se
hace del neoliberalismo en tanto racionalidad de gobierno. El propósito del
autor –fundador de lo que se denomina la “izquierda lacaniana”– es componer un cuadro de situación
global según la cual la Europa neoliberal seguiría sometida a los dispositivos
foucaultianos de seguridad, mientras que
en sudamérica, a partir de los gobiernos progresistas de buena parte de la
región, se habría ingresado en una nueva fase (a la que el investigador
brasileño Emir Sader suele llamar en diversas publicaciones “postneoliberal”).
Según Alemán, las conclusiones de Foucault resultan perfectamente
vigentes para describir la situación europea: el neoliberalismo allí no actúa,
dice, como una mera ideología de la retirada del Estado en favor del mercado
sino que debe ser entendido como una construcción positiva, cuyo objetivo final
parece ser la producción de un nuevo tipo de subjetividad: el empresario de sí.
En sus palabras: “remarcando entonces el carácter constructivo del neoliberalismo y no sólo su faz destructiva, o
insistiendo en el orden que se pretende hacer surgir a partir de sus
destrucciones, se puede mostrar que las técnicas de gubernamentalidad propias
del neoliberalismo tienen como propósito, en consonancia con la racionalidad
que lo configura, producir, fabricar, un nuevo tipo de subjetividad. El
empresario de sí, el sujeto neoliberal, vive permanentemente en relación con lo
que lo excede, el rendimiento y la competencia ilimitada”.
Los discursos neoliberales que surgen a partir de la década del 40
en Alemania, dice Foucault, se caracterizan por una reformulación del problema
del gobierno biopolítico y de la legitimación del estado a partir del mercado.
El neoliberalismo encarnará efectivamente una verdadera práctica
político-antropológica cuya política vital (vitalpolitik)
tendrá como objetivo hacer que el tejido social completo adquiera la forma,
la espesura y la dinámica propias de la empresa: la población será entonces reconocida
en su capacidad de iniciativa y su aptitud emprendedora, ocupándose el estado
de crear y reproducir las condiciones que permiten que la sociedad funcionen
como un ensamble de mercados, según la competencia.
La principal diferencia entre el neoliberalismo contemporáneo
(Foucault analiza la escuela alemana y la norteamericana, pero haríamos bien en
leer de cerca el debate de los neoliberales del Perú de los años 80) y el
liberalismo clásico es su teoría del Estado. Los neoliberales no creen en la
libertad de mercado entendida como una naturalidad de las cosas que brota al
ritmo que el estado deja de regular los intercambios sociales. Al contrario,
ellos han aprendido la lección del artificio: la sociedad de competencia, que
es para ellos también la de la libertad, sólo funciona bajo condiciones muy
difíciles de lograr (dada la tendencia al monopolio, a las mafias, etc.). Se
trata, por tanto, de construir una compleja maquinaria judicial,
administrativa, política y policial que sea capaz de crear y sostener, a partir
de una hiperactividad regulativa, las condiciones que promueven el ser social
como subjetividad empresaria.
Así lo entiende Foucault en su repaso de la teoría neoliberal del “capital
humano”, en la que se ilustra de manera asombrosa el método neoliberal
consistente en extender el cálculo atribuido a la racionalidad del hombre a
todas las esferas y acciones de la vida. Encargada de aniquilar toda la
reflexión marxiana del trabajo, la explotación, y la rebelión colectiva, la
tesis hiper-realista del capital humano enseña a concebir la propia vida y la
de los demás como la administración empresarial de un stock inmaterial –no
importa su magnitud– imputable a cada persona. La máxima racional que guía la
vida de cada quien, en las circunstancias más diversas, es extraer renta
(incluso una renta psíquica). Este esquema produce al sujeto en la exigencia de
la gestión individual, y premia o castiga sus actos según la lógica de la inversión.
En los hechos esta teoría significa que todas las potencias de los
vivientes adquieren un fin económico, bloquea toda representación de clase y de
intereses colectivos y permite codificar toda conducta –desde la migración a la
maternidad, desde la elección del barrio en el que vivir hasta las horas
dedicadas a la socialidad– según la razón económica.
En esta sociedad del riesgo se hacen necesarias políticas sociales
compensatorias que apuntan al individuo que no ha logrado administrar su
capital vital con mínima eficacia. Las políticas públicas para “pobres” conllevan
el ideal de restitucion de las capacidades empresariales, o bien tratan a los
seres improductivos como seres inválidos para la vida social.
El neoliberalismo se difunde como modo de vida en el cual se
impone la autogestión de tipo empresarial de las potencias y virtualidades del
viviente. Cada quien administra su marca y se encarga de definir sus estrategias.
Difundido como modo de ser de masas, el neoliberalismo se trama en un vitalismo
estratégico de la población.
2
Alemán ensaya en su texto una lectura de la coyuntura política
global según la cual “esta racionalidad actualmente se ha adueñado de todo el
tejido institucional de la llamada Unión Europea, en la consumación final de su
estrategia de dominación (...) Latinoamérica es actualmente, en alguno de sus
países, la primera contra-experiencia política con respecto al orden racional
dominante en el siglo XXI. El neoliberalismo se extiende no sólo por los
gobiernos, circula mundialmente a través de los dispositivos productores de
subjetividad. Por ello a Latinoamérica le corresponde la responsabilidad
universal de ser el lugar donde se pueda indagar todo aquello que en los seres
hablantes mujeres y hombres no está dispuesto para alimentar la extensión
ilimitada del sujeto neoliberal”.
América Latina como experimento postneoliberal es una fórmula que
debe ser abierta a la luz de por lo menos cuatro tipos diferentes de
preocupaciones:
(1) la producción retórica de los gobiernos llamados progresistas,
un amplio abanico que va –según la diversidad de situaciones nacionales– de la
producción de políticas públicas que apuntan a cuestionar dispositivos de la
gubernamentalidad neoliberal, al apuntalamiento de un neoliberalismo
–neodesarrollismo/neoextractivismo– con mayor intervención nacional-estatal;
(2) la necesidad de ciertos actores globales –de organismos
internacionales al propio Estado Vaticano- de relegitimar su rol político en la
crisis global y de dar cuenta de una nueva configuración geopolítica a partir
de la emergencia de potencias asiáticas;
(3) la necesidad de los movimientos de lucha del sur de Europa de
encontrar referentes en la región para su lucha contra las políticas de
austeridad;
(4) el punto de vista de los movimientos sudamericanos que siguen intentando
producir formas de vida y de coordinación política afirmando prácticas
antagónicas a las que se promueven desde las grandes dinámicas de la
valorización de capital.
Como se ve, el llamado postneoliberalismo adquiere entonces tonos
y significados bien diferentes. En todo caso, las tensiones de la coyuntura
sudamericana pasan en la actualidad por el choque entre las exigencias del tipo
de inserción en el mercado mundial y la activación del mundo plebeyo. Tras la
crisis de las políticas neoliberales puras de los años ’90, las “demandas”
(como diría Laclau) populares se han ido incluyendo parcialmente en un ciclo de
ampliación del consumo cuya condición de posibilidad es, efectivamente, el tipo
de inserción que recién señalábamos.
El experimento sudamericano se caracteriza por una mayor porosidad
entre Estado y sociedad, y por la generalización de una trama social activa y
politizada que ha logrado conquistas importantes en diversas coyunturas. Sin
embargo, no conviene simplificar el asunto, ni desconocer el carácter esencialmente
ambivalente de estos procesos. Al mismo tiempo que una pluralidad de sujetos
políticos cuestionan la hegemonía neoliberal, esta se reproduce a partir del
dominio de las finanzas, del mando ejercido a nivel del mercado mundial, del
ensamblaje mediático y tecnológico que apuntala lo que Ulrich Brand ha llamado
un “modo de vida imperial”[2].
Y más profundamente aún es necesario comprender hasta que punto,
como lo señala Verónica Gago, desde el nivel mismo de la reproducción social,
las estrategias populares se han apropiado de estas condiciones neoliberales y
han desarrollado una pragmática vitalista (un “neoliberalismo desde abajo”) en
la que se traman modos familiares y comunitarios de gestionar conocimientos y
cuidados de uno mismo y de los otros, introduciendo nuevas posibilidades
estratégicas de la población a lo largo y a lo ancho del continente.
Así planteado, puede dar la impresión de que leemos en Foucault un
triunfo absoluto del neoliberalismo. Pero no es así. Lo que sucede es que
pensamos que en análisis muy difundidos del proceso sudamericano –de Alemán a
Sader– se simplifica al cuadro de la gubernamentalidad oponiendo al polo
Mercado, el polo Estado, como si de por sí el desarrollo del aparato del Estado
fuese índice suficiente de una postneoliberalidad substancial. No estamos sólo
criticando un punto de vista que cierra la imaginación política a la
centralidad del Estado. Estamos más bien afirmando que este tipo de
anti-neoliberalismo se orienta a una mayor sustentación estatal de la racionalidad
neoliberal que, como hemos visto, es flexible y no se restringe a las políticas
de ajuste y privatización.
En todo caso, quisiéramos afirmar que por postneoliberalismo
entendemos lo contrario a una configuración nacional-estatal de izquierda
cerrada sobre sí misma y negociando en desventaja su lugar en el mercado
mundial. Imaginamos, en cambio, una estatalidad cada vez más abierta, tanto en
su porosidad respecto de lo social, como a nivel regional, como único modo de
fortalecer otros modos de pensar, de imaginar la vida individual y colectiva.
3.
Lo que leemos en Foucault en definitiva es la emergencia de un
nuevo tipo de poder social y político que se basa en la paradoja ya señalada
según la cual el poder neoliberal produce obediencia por medio de una práctica
de la libertad, trastocando, de este modo, las contraconductas de tipo
libertarias que suelen quedar comprometidas (sea por impotencia, sea por
complicidad) en la obediencia.
El sujeto del neoliberalismo se sitúa estructuralmente en un punto
en el cual se es sujeto por medio de una libre gestión de sí, en un contexto en
que los dispositivos –seguridad, moneda, representación y mediatización– que
conducen la maquinaria social (incluida su burocracia, su aparato de salud y
educación, etc.) desembocan en la servidumbre.
Lo que aprende el poder neoliberal del poder pastoral es la triple
relación entre ganancia y salvación; entre cálculo económico e individuación servil.
Pero si el poder pastoral hacía funcionar estas equivalencias sobre un
extendido plano de obediencia generalizada, el poder neoliberal sólo produce
obediencia por medio de la libertad.
Es este tipo de paradojas lo que la “izquierda lacaniana” intenta
pensar como “goce”: la participación activa del sujeto deseante en su situación
de servidumbre.
Pero esta misma paradoja, por la cual sólo a través de una cierta
práctica de la libertad se produce obediencia, ha sido apropiada al menos
parcialmente desde abajo, dando lugar a fenómenos de una riqueza y una notable ambivalencia
en los nuevos sujetos surgidos durante la última década en la región. Asunto
que no siempre es bien recibido por un progresismo que sólo acepta valorar el
mundo popular a partir de la figura de la víctima.
Una política post-neoliberal, pensamos, consiste, en este contexto
sudamericano, en hacer vascular estos elementos de mixtura y reapropiación
plebeya de la libertad hacia momentos de fuerza colectiva en los cuales hacer saltar
los nexos fundamentales de la gubernamentalidad capitalista.
Esta posibilidad es más sudamericana que europea en virtud de una
extensa red de prácticas biopolíticas conformadas durante décadas de
resistencia al mando neoliberal: ¿cómo hacer converger el polo libertario del
sujeto neoliberal con estas redes biopolíticas sin que el proceso de
convergencia se cierre de modo sectario sobre el aparato de Estado?
Lo que ocurre de interesante en Sudamérica es el tipo de
ambigüedad de lo social que, apropiándose de la dimensión empresarial, no se
deja cerrar sobre ella y alimenta una economía popular capaz de mezclarse –este
es el verdadero experimento– en un horizonte abierto y democrático con redes
biopolíticas que surgen de la resistencia política a los núcleos duros del
neoliberalismo.
Foucault, que se reía de los que sentían una “fobia al Estado”, no
creía que el Estado, como lo hemos visto, fuese una esencia eterna e inmutable.
No es aquí sobre el Estado que se discute, sino sobre un modo de pensar que
toma al Estado como pura negatividad o como pura positividad sin reparar en su
condición actual de dispositivo de doble articulación, pieza esencial en la
inserción en el mercado mundial y de políticas de inclusión.
Lo que tomamos de Foucault, entonces, es la posibilidad de cambiar
la pregunta: no ya por el papel que el Estado debe tomar en el cambio social,
sino más bien, por cómo las políticas del cambio pueden actuar sobre las
instituciones a partir de una teoría más amplia del gobierno.
En efecto, el héroe neoliberal ejemplifica la sujeción obedeciendo
a la consigna “sé libre”, consigna que cada quien debería llevar a su propio
ámbito de producción subjetiva específica: ¿resultará efectivo oponer a esta
consigna un “sé solidario”? Realismo del capital y moralismo político no
constituyen alternativas a la altura del tejido postneoliberal.
Notas:
[1]
Puede leerse el texto completo en: http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-215793-2013-03-14.html
[2]
Brand Ulrich y Wissen, Markus; Crisis socio
ecológica y modo de vida imperial. Disponible en:
http://anarquiacoronada.blogspot.com.ar/2012/04/crisis-socioecologica-y-modo-de-vida.html
* “De Foucault a Marx, el hilo rojo de la crítica”:
Parte II: Pastorado y gubernamentalidad