De pliegues y resistencias
(Sobre La Subjetivación, de Gilles Deleuze)[1]
por Diego Sztulwark
¿Más Foucault? Un Foucault político, con
centro en la noción de resistencia.
Un Foucault vitalista, pero de un vitalismo que no se separa de un fondo de “mortalismo”
y para el que la vida no es sino conjunto de “funciones que resisten a la
muerte”. Un Foucault para el cual la cuestión de “¿qué es pensar?” se formula
trazando líneas: líneas curvas (enunciados), línea de cuadros (visibilidades),
las forma estratificadas del saber; líneas agitadas, oceánicas o moleculares de
las fuerzas (poder); líneas flexionada de resistencias, línea plegada de
singularidades substraída a la relación de fuerzas (subjetivación). Así lo
presenta Gilles Deleuze en su curso de 1986, íntegramente dedicado a exponer
los conceptos originales de Foucault y a trazar sus relaciones posibles, así
como las relaciones con filósofos con los que se encuentra en situación
privilegiada.
Lo político formidable, en esta
presentación del “último” Foucault, consiste en el descubrimiento de la
autonomía de la subjetividad, instancia que se deriva de las relaciones fuerzas y de las formas (saberes). Esa
derivada es la adquisición última y fundamental de la política que Foucault
encontró en los griegos cuando buscaba romper el impasse al que había llegado,
según Deleuze, por el efecto hiper-totalizador del diagrama de fuerzas del
poder. Una totalización que no dejaba respirar, ni permitía comprender el
pasaje inmanente de los diferentes diagramas históricos.
El problema que se planteaba a Foucault
era el de la compresión histórica de la mutación de los diagramas (de
soberanía, disciplinarios, de control). Las fuerzas entran en relación en virtud de su doble poder
de afectar (actividad) y de ser afectadas (espontaneidad). La aptitud para
afectar y padecer permitía identificar las singularidades afectivas o reactivas
en las fuerzas. Pero lo reactivo
(punto en que una fuerza es afectada por otra) no es lo resistente (instancia
autónoma del poder). Y sólo lo resistente de los contrapoderes permite
comprender el carácter variable e histórico de los diagramas de poder.
¿Qué es lo que vieron los griegos?
Fueron, para Foucault, los primeros en “plegar la fuerza” (la cuestión del
“gobierno de sí” como condición del “gobierno de los otros”). Y lo hicieron, no
en función de un “milagro” particular, sino en virtud de su diagrama de poder
consistente en el juego de la rivalidad entre agentes libres.
El pliegue es la operación que lleva a
la autoafección de la fuerza. El plegamiento no se da –esta es su autonomía–
según los saberes o los poderes de su época, sino en función de lo que Deleuze
insiste en llamar “reglas facultativas”. El pliegue se opera sobre la línea del
afuera, que es otro nombre para el elemento informal de las fuerzas. La
subjetivación es el proceso mediante el cual se constituyen momentos de vida
autónomas por vía de la substracción (derivación) del saber-poder. Y el
carácter resistente de sus
singularidades consiste en su capacidad de desplegarse por su cuenta, acosadas
tanto por las tentativas de investimento por parte del saber, como de las
pretensiones de control de lo poderes.
¿En qué se distingue la subjetivación
de la pretendida “vuelta al sujeto” que Deleuze rechaza por completo? En la
subjetivación, el interior (el sí mismo) está hecho desde el exterior, el
pliegue está hecho con la misma materia del afuera. La subjetivación no permite
pensar un interior cerrado (institucional o psíquico), sino como terminal de un
medio exterior. En otras palabras: es con relación al diagrama de las fuerzas
que la subjetivación actúa como un operador de subjetivación. Y por esto es que
la resistencia, en Foucault, se da como creación.
El pliegue ha sido pensado por muchos
filósofos. Deleuze se concentra sobre todo en una comparación con Blanchot y
Heidegger. Con Blanchot, se trata de comprender que el elemento informal de las
fuerzas es un afuera absoluto, una línea de muerte imposible de franquear. El
pliegue, en Foucault, será siempre un arrancar vida a la línea de la muerte, un
vencer provisorio de la vida sobre la muerte. Un “vitalismo” sobre fondo
mortecino. El pliegue, desde este punto de vista, crea una subjetivación en
medio del hundimiento y la catástrofe. ¿Cómo no ver aquí una condición
fundamental para la política radical? Separados del pliegue que extrae vida de
la línea de la muerte, los vitalismos no son sino figuras retóricas
inconsistentes.
Y con Heidegger se trata de la distinción
fundamental entre un “posible lógico” (el pensamiento siempre cuenta con la
posibilidad de pensar) y una potencia efectiva (el pensamiento tomado en un
encuentro con otra cosa). Lo que da a pensar es siempre el afuera. La fórmula
heideggeriana “todavía no pensamos” apunta a destituir la imagen lógica del
pensar. Heidegger, pero también Artaud, para quien el pensar está afectado por
un “impoder” que no se resuelve nunca a partir de la “posibilidad”, sino de un
nuevo poder vital. Y aún Proust, para quien lo que fuerza a pensar es siempre
un signo del mundo exterior (celos, enamoramientos).
No nos equivocaríamos demasiado si tratásemos
de encontrar una zona común entre la subjetivación en Foucault y la noción de devenir en Deleuze y Guattari. ¿No hay
en la constitución de ambos conceptos fundamentales una evaluación del ‘68? Eso
afirma Félix Guattari en diálogo con Deleuze sobre el 68 como constitución de
pliegues en la extraordinaria clase del 13 de mayo. Guattari retoma el 68 como
tentativa de subjetivación (conjunto de resistencias, de afirmaciones
autónomas), aunque critica a Foucault por no haber sabido diferenciar
suficientemente la “lógica de los afectos” del juego de las fuerzas. El
pliegue, para Guattari, introduce un nuevo sistema de referencias que, o bien
produce un trastocamiento, o bien activa una recuperación de las subjetividades
por parte del sistema de los saberes y las relaciones de fuerzas.
Con Guattari, las subjetivaciones se
colocan en el centro de la gran política. La modulación de los afectos y los
vuelcos de la subjetivación se convierten en el principio analítico absoluto.
Frente popular, New Deal, fascismo, la política española, integración a la japonesa,
y la subjetivación a la brasileña son otros tantos casos de una lucha entre
producción de subjetividad y proliferación de arcaísmos hipercapitalistas: “cuando un operador es lo suficientemente
potente para cambiar completamente las coordenadas de subjetivación de un
ámbito, mientras que funciona, tiene todo tipo de consecuencias, todo tipo de
efectos, puede contaminar todo el planeta, tal como en el 68 (…) pero luego, si
se quiebra, hay por el contrario, un ascenso de viejos modos de subjetivación que
van a reanimarse, a retomar el poder, a reinstaurarse de manera tanto más
violenta cuanto que hubo imposibilidad para ese nuevo proceso de subjetivación
de hallar su propia duración, su propia memoria”.
La subjetivación es la fuente de las
singularidades resistentes y de apertura de potencialidades de un campo social.
De hecho, en estas clases, Deleuze está construyendo sin decirlo un formidable
encuentro político entre Foucault y Mil
mesetas. Si la “problematización”, en Foucault, se expone a partir de
cuatro ejes (forma de lo visible y forma de lo enunciable, fuerzas-poder y
subjetivación) los “agenciamientos” de Mil
mesetas estarán construidos por líneas equivalentes: sobre un eje
horizontal, actuarán los agenciamientos maquínicos de cuerpos (contenido) y
agenciamientos colectivos de enunciación (expresión); y sobre un eje
vertical los vectores de
territorialización (diagrama) y de desterritorialización (deseo, máquina
abstracta).
En otras palabras, lo político –para
Foucault, pero también para Deleuze y Guattari– pasa por la afirmación de una
instancia no estructural que opera por derivación (substracción/extracción)
respecto de las relaciones de fuerzas. No se trata para ellos de simbolizar
esta instancia, sino de pensarla en torno a las fuerzas o afectos. Si lo
político combina una y otra vez la subjetivación con el saber y el poder (todo
tipo de compromisos y reformas) su dinamismo más propio surge de su persistente
autonomía, de su tendencia a resurgir en las coyunturas mas oscuras El
descubrimiento del pliegue de las fuerzas coloca a Foucault más allá de la
microfísica del poder, en la medida en que se incluye ahora al afuera.
Pero ¿cómo pensar este afuera? El
afuera es lo que da a pensar, pero es también lo más interior, lo impensado del
pensamiento. El afuera es velocidad infinita. Velocidad que experimenta el
pensamiento. Lo que lleva a Deleuze a preguntarse por el pliegue desde otro
ángulo: ¿cómo ser estos seres lentos que somos cuando somos atravesados por
estas velocidades infinitas? Por una vez no se trata de discutir. “si han
comprendido” algo de Foucault, dice el profesor Deleuze a sus alumnos, no le
opongan objeciones: traten de conocer las “reacciones afectivas” que les
produce. Y si el pensamiento de Foucault no les conviene al menos habrán
encontrado la dirección en la que pueden seguir pensando.