Manifiesto a favor del ritmo
)(
fragmentos )(
por Henri
Meschonnic
selección y
traducción de Gerardo Burton
Henri
Meschonnic escribió este texto entre agosto y noviembre de 1999. Su labor como
traductor, poeta y lingüista es reconocida en todo el mundo. En la Argentina, y
en particular en la Patagonia, varios poetas indagan el quehacer poético a
partir de los ensayos de Meschonnic. Éste texto pretende acercar algunos de sus
conceptos teóricos sobre la poesía, el poema y el ritmo.
• Hoy en día
necesito, para ser un sujeto, para vivir como un sujeto, hacer un lugar para el
poema. Un lugar. Eso que veo a mi alrededor y que la mayoría denomina poesía
tiende extraña, insoportablemente, a retacearle un lugar, su lugar, a lo que yo
llamo un poema.
En la poesía a la
francesa, y por razones que no son ajenas al mito del genio en lengua francesa,
se institucionalizó un culto rendido a la poesía que produce una ausencia
programada del poema.
Siempre ha habido
modas. Pero esta moda ejerce una presión, la de varios academicismos
acumulados. Presión atmosférica: el aire del tiempo.
Contra este
sofocamiento del poema por la poesía hay una necesidad de manifestar el poema,
una necesidad que experimentan periódicamente algunos, de hacer salir una palabra
sofocada por el poder de los conformismos literarios que no hacen más que
estetizar los esquemas de pensamiento, que son esquemas de la sociedad.
Una idolatría de la
poesía produce fetiches sin voz que se dan y se toman como poesía. Contra todas
estas poetizaciones, digo que sólo existe el poema si una forma de vida
transforma una forma de lenguaje y si recíprocamente una forma de lenguaje
transforma una forma de vida.
. . .
• El poema es eso que
nos enseña a no servirnos más del lenguaje. Solo nos enseña que, contrariamente
a las apariencias y las costumbres del pensamiento, no nos servimos del
lenguaje.
Eso no significa, si
siguiéramos una reversibilidad mecánica, que el lenguaje se sirva de nosotros.
Es que, curiosamente, tendrá más pertinencia a condición de delimitarla, de
limitarla a las manipulaciones de tipos tal como se le adelantan corrientemente
a la publicidad, la propaganda, la comunicación total, la (des)información y
todas las formas de censura. Pero ahora no es el lenguaje que se sirve de
nosotros. Los manipuladores, que mueven las marionetas que somos en sus manos,
ellos se sirven de nosotros.
Pero el poema hace de
nosotros una forma de sujeto específico. Nos hace un sujeto diferente del que
seríamos sin él. Esto ocurre por el lenguaje. Es en este sentido que nos enseña
que no nos servimos del lenguaje pero devenimos lenguaje. No se puede contentar
en decir, sino como una condición previa aunque vaga, que somos lenguaje. Es
más preciso decir que devenimos lenguaje. Más o menos. Es cuestión de sentido,
de sentido de lenguaje.
Pero sólo el poema
que es poema nos lo enseña. No es eso que parece poesía. Todo hecho por
adelantado. El poema de la poesía. No encuentra otra cosa que nuestra cultura.
También variable. Y en la medida que nos burla, haciéndose pasar por un poema,
es una alimaña. Puesto que enfrenta a la vez nuestra relación con nosotros como
sujetos y la relación de nosotros mismos en tren de devenir lenguaje. Las dos
son inseparables. Este producto tiende a hacer y rehacer de nosotros un
producto en lugar de una actividad.
Por esto la actividad
crítica es vital, no destructiva. Es constructiva, constructora de sujetos.
Un poema transforma.
Porque nombrar, describir, no valen nada en el poema. Y describir es nombrar.
Porque el adjetivo es revelador de la confianza en el lenguaje; y la confianza
en el lenguaje nombra, no cesa de nombrar. Observen los adjetivos.
Por esto, la
celebración, algo que ha sido tan habitual en la poesía, es enemiga del poema.
Porque celebrar es nombrar. Designar. Desgranar sustancias según el rosario del
sagrado asidero de la poesía. Al mismo tiempo que aceptar. No sólo aceptar el
mundo tal como es, el innoble “yo no tengo más que bien para decir”, de
Saint-John Perse, pero aceptar todas las nociones de la lengua a través de
aquéllos que ha representado. La atadura impensada entre el genio del lugar y
el genio de la lengua.
Un poema no celebra,
transforma. Así tomo eso que dijo Mallarmé: “La Poesía es la expresión, por el
lenguaje humano devuelto a su ritmo esencial, el sentido misterioso de los
aspectos de la existencia: ella dota así de autenticidad a nuestra estadía y
constituye la sola labor espiritual”. Aquí es donde algunos creen que esto está
pasado de moda.
. . .
• Un poema es un acto
del lenguaje que no tiene lugar más que una vez y que recomienza sin cesar.
Porque hace al sujeto. No cesa de hacer sujeto. De ustedes. Porque el poema es
una actividad, no un producto.
. . .
• No, las palabras no
fueron hechas para designar las cosas. Están ahí para situarnos con las cosas.
Si se las ve como designaciones, uno demuestra que tiene la idea más pobre del
lenguaje. La más común también. Es el combate, desde siempre, del poema contra
el signo. David contra Goliat. Goliat, el signo.
Porque yo también
creo que uno se equivoca al incorporar entonces y ahora con Mallarmé, “lo
ausente de todos los ramos” a la banalidad del signo. El signo ausencia de las
cosas. Sobre todo cuando uno lo opone a “la verdadera vida” de Rimbaud. Uno
descansa en la discontinuidad del lenguaje opuesta a la continuidad de la vida.
Aquí el poema puede y debe denotar el signo.
Devastar la
representación convenida, enseñada, canónica. Porque el poema es el momento de
una escucha. Y el signo no hace más que darnos a ver. Es sordo, y permanece sordo.
Sólo el poema puede ponernos en la voz, hacernos pasar de voz en voz, hacer de
nosotros un escucha. Darnos todo el lenguaje como escucha. Y la continuidad de
esta escucha incluye, impone una continuidad entre los sujetos que somos, el
lenguaje que devenimos, la ética en acto que es nuestra escucha, de donde viene
una política del poema. Una política del pensamiento. El partido del ritmo.
De allí lo irrisorio
de la reincidencia permanente de los poetas en la poética de la torre de
marfil, en Hölderlin, de “el hombre habita poéticamente sobre esta tierra”, un
Hölderlin pasado por la esencialización de Heidegger, donde se sitúa un
seudo-sublime a la moda. No, muy seguro. El hombre vive semióticamente esta
tierra más que nunca. Y yo no creo adherir a Hölderlin. No, me adhiero al
efecto Hölderlin, que no es lo mismo. A la esencialización en cadena del
lenguaje, del poema (con el neo pindarismo que está de moda), y la
esencialización de la ética y de la política.
La poética es la
coartada y el sostén del signo. Con su cita-cliché de rigor, el molino de riego
de la poetización: “¿y para qué poetas en un tiempo indigente?”.
Es –y sí, así es-
contra aquello que falta del poema, aún del poema, siempre del poema. El ritmo,
todavía el ritmo, siempre el ritmo. Contra la semiotización generalizada de la
sociedad. ¿En qué han creído algunos poetas, o lo hicieron creer, al escapar
por lo lúdico? El amor de la poesía, en lugar del poema. Cavando su propia fosa
con sus rimas. Miseria poética más que tiempos de miseria.
• Resta solamente: es
pintura o no lo es. Como ya dijo Baudelaire. Es un poema o no lo es. Así
parece. Parecerse a la poesía. Puesto que hay un poema del pensamiento o
entonces no hay más que símiles. Mantener el orden.
Sí, en un sentido
nuevo, todo poema, si lo es, es una aventura de la voz, no una reproducción
variable de la poesía del pasado, de la épica en él. Y deja en el museo de
artes y tradiciones del lenguaje la noción lírica que algunos contemporáneos
han intentado ubicar en el gusto del día, haciéndole decir un rosario de
tradicionalismos: las confusiones entre el yo y el mí; entre la voz y el canto;
entre el lenguaje y la música; en una común ignorancia del sujeto del poema.
Confusiones, es
verdad, que el pasado mismo de la poesía ha contribuido a hacer nacer. Pero el
poema da señales de vida. Eso es normal en él porque quiere tener la poesía, no
tener el aire sino tener el ser, da señas de libro.
Consecuencia: esta
oposición encuentra eso que hace de ordinario entre la vida y la literatura. Y
un poema es eso que más se opone a la literatura. En el sentido del mercado del
libro. Un poema se hace de la reversibilidad entre una vida devenida lenguaje y
un lenguaje devenido de la vida.
Fuera del poema
abundan no importa qué pretensiones, esos montajes que continúan repitiendo el
contrasentido tan extendido sobre la frase de Rimbaud: “Es necesario ser
absolutamente moderno”. Decididamente, nada más actual que el “yo replicaré
ante la agresión que los contemporáneos no saben leer”, de Mallarmé. Aún el imbécil
del presente que habla en este contrasentido. Lo mismo quien es imbécil del
lenguaje.
Un poema se hace con
ese verso al cual uno va, que no se conoce y del cual uno no se retira y que es
vital reconocer.
Para un poema, es
necesario aprender a rechazar, a trabajar en toda una lista de rechazos. La
poesía cambia sólo cuando se la rechaza. Como el mundo, no cambia más que por
aquello que lo rechaza. En este rechazo yo pongo: no al signo y a su sociedad.
No a esta pobreza hinchada que confunde el lenguaje y la lengua, y no habla de
la lengua sin saber lo que ella dice de una memoria de la lengua, como si la
lengua fuera un sujeto y de una relación de la esencia del alejandrino en el
genio de la lengua francesa. No se olviden de respirar las doce sílabas.
Accedan al corazón de
la métrica. La mitología que sin duda no es extranjera a la vuelta jugada por
lo lúdico a la moda de la versificación académica. Y si esto estaba para hacer
reír, se perdió. Ya Aristóteles había reconocido a aquellos que escriben en verso
para esconder que no tienen nada que decir.
No al signo-consenso,
en la semiotización generalizada de la comunicación-mundo. No se va a las cosas
puesto que no cesa de transformarlas o de ser transformado por ellas a través
del lenguaje. No a la fraseología poetizante que habla de un contacto con lo
real. A la oposición entre la poesía y el mundo exterior. Que no lleva más que
a hablar de. Enumerar. Describir. Nombrar otra vez. No es el mundo que está
allá, es la relación con el mundo. Y esta relación es transformada por un
poema. Y la invención de un pensamiento es este poema del pensamiento.
No a la poesía en el
mundo, en las cosas. Contrariamente a eso que los poetas han dicho. Imprudencia
del lenguaje. No puede ser que en el sujeto que es sujeto en el mundo y sujeto
en el lenguaje como sentido de la vida. Se ha confundido el sentimiento de las
cosas y las cosas mismas.
Esta confusión
entraña nombrar, describir. Ingenuidad rápidamente castigada. La prueba, si
faltaba, de que la poesía no está en el mundo es que quienes no son poetas son
como los poetas, y no pueden hacer un poema. Un caballo da la vuelta al mundo y
permanece caballo.
Vivir no es
suficiente. Todo el mundo vive. Sentir no es suficiente. Todo el mundo es
sensible. La experiencia no basta. El discurso sobre la experiencia, tampoco.
Para que haya un poema. No a la ilusión de que vivir precede a escribir. Que
ver el mundo modifica la mirada. Cuando es al contrario: la exigencia de un
sentido que no es, y la transformación del sentido por todos los sentidos que
cambian nuestra relación con el mundo.
Si vivir precede a
escribir, la vida no es más que la vida, la escritura no es más que literatura.
Eso se ve. De modo que es necesario aprender a reconocerlo. La enseñanza
debería servir a eso.
No al ver tomado como
escuchar. Los poetas han creído que hablaban de la poesía poniendo todo sobre
la mirada, el ver. Falta del sentido de lenguaje. Las revoluciones de la mirada
son efectos, no causas. Una manera de hablar que enmascara su propio impensado.
La oposición fuerte pasa entre el pensamiento por ideas recibidas y pensar su
voz, tener la voz en el pensamiento.
No al rimbaudismo que
ve a Rimbaud-la poesía en su partida fuera del poema. No cuando se opone en el
interior y en el exterior, lo imaginario y lo real, esta evidencia
aparentemente indiscutible. Esto impide pensar que no somos más que su
relación.
No a la metáfora
tomada por el pensamiento de las cosas, cuando no es más que una forma de girar
alrededor, lo bueno en lugar de ser la sola manera de decir.
No a la separación
entre afecto y concepto, ese cliché del signo que no hace sólo el símil poema
sino también el símil-pensamiento.
No a la oposición
entre individualismo y colectivismo, este efecto social del signo, esto
impensado del sujeto; así el poema, que vuelve a la literatura, a la poesía un
juego de la sociedad, esa cancioncilla que canta cancioncitas, esos pretendidos
poemas que se hacen por cantidad.
No a la confusión
entre subjetividad, esta psicología, donde el lirismo permanece ocupado, esos
metros que se hacen cantar, y la subjetivación de la forma-sujeto que es el
poema.
No, no cuando uno
opone, tan cómodamente, la transgresión a la convención, la invención a la
tradición. Porque desde hace tiempo, hay un academicismo de la transgresión
como hay un academicismo de la tradición. Y en los dos casos, lo moderno se
opone a lo clásico, mezclando lo clásico con lo “neo-retro”. En los dos casos
se ha desconocido el sujeto del poema, su invención radical que de todo tiempo
ha hecho el poema, que reenvía estas oposiciones a su confusión, a su
no-pensamiento, que enmascara lo perentorio del mercado.
. . .
No a la poesía como
intención del poema, puesto que de inmediato es una intención. De poseía. Que
no puede dar más que literatura. Así como la poesía de poesía es poco poesía,
el sujeto filosófico no es sujeto del poema.
Manifestar no es dar
lecciones ni predicar. Existe un manifiesto cuando existe lo intolerable. Un
manifiesto no puede tolerar. Porque es intolerante. El dogmatismo blando, invisible,
del signo, no pasa, por intolerante. Pero si todo en él fuera tolerable, no
habría necesidad de manifiesto. Un manifiesto es la expresión de una urgencia.
Deja de pasar por incongruente. Si no hubiera riesgo, no habría más manifiesto.
El liberalismo no exhibe más que la ausencia de libertad.
Y un poema es un
riesgo. El trabajo de pensar es también un riesgo. Pensar esto que es un poema.
Eso que hace que un poema sea un poema. Eso que debe ser un poema para serlo. Y
un pensamiento, para serlo. Esta necesidad, pensar inseparablemente el valor y
la definición. Pensar esta no separación como un universal del poema y del
pensamiento. Su historicidad, que es su necesidad. Lo mismo da si este
pensamiento es particular, por principio siempre ha ocurrido en una práctica,
será necesariamente verdadera siempre. No es aún una lección nula para eso que
se llama el siglo por venir. No más ese balance académico del siglo. Este
efecto de lenguaje, el efecto temporalidad del signo. La discontinuidad del
secularismo.
En suma, el poema
manifiesta y hay que manifestar en favor del poema el rechazo de la separación
entre lenguaje y vida. El reconocimiento como una oposición no entre lenguaje y
vida sino entre una representación del lenguaje y una representación de la vida.
Esto que reubica lo prohibido que pretendía Adorno (eso de que es bárbaro e
imposible escribir poemas después de Auschwitz), y que algunos piensan invertir
haciendo jugar ese papel del que da vuelta todo a Paul Celan; entonces que
ellos demoran en el mismo no pensamiento que mostró Wittgenstein como ejemplo
del dolor. No puede decirse. Pero justamente un poema no dice. Hace. Y un
pensamiento interviene. Esos rechazos, todos estos rechazos son indispensables
para que venga un poema. A la escritura. A la lectura. Para que un poema se
transforme en vivir.
En esto que toma
aires de paradoja, el colmo es lo que no es cuestión de truismos. Pero
desconocidos. Eso es lo cómico del pensamiento.
Pero es sólo por
estos rechazos, que son los latidos del pensamiento, para respirar en lo
irrespirable, que siempre ha habido poemas. Y que un pensamiento del poema es
necesario para el lenguaje, para la sociedad.