Como si fuera un prólogo // Pablo Rodríguez
(Extrálogo
a La Hipótesis Cibernética de Tiqqun – Heckt 2016)
Hoy que todo está en Internet, se sugiere leer este
libro de la mano de la banda Secret Chiefs 3, comenzando por su tema
“Renunciation”. Tiqqun es un término que vendría de la tradición cabalística y
mesiánica del judaísmo y que significaría reparación, restitución y redención,
todo al mismo tiempo. Secret Chiefs 3 es un grupo madre de música instrumental
en el que caben al menos otros siete grupos cuya base viene de Mr. Bungle y,
más atrás, de los más conocidos Faith No More (“Fe, no más” o “No más fe”).
Tiqqun es el nombre de un grupo extraño al que se le achaca la realización de pequeños
sabotajes que en estos tiempos temerosos constituyen “amenazas a la seguridad”:
funcionar como bastidor ideológico de okupas y situacionistas del siglo XXI,
ser anarquistas, ultraizquierdistas y coquetear con cierta clandestinidad. Apenas
se conoce un puñado de nombres que figuran en el comité de redacción de los dos
números de su revista, un Comité Invisible que funcionaría como Órgano del
Partido Imaginario, y que no coincidiría exactamente con las actividades del
grupo Tiqqun.
Secret Chiefs 3, en cambio, es el nombre de una
progresiva anonimización de músicos de rock exitosos que mutaron hacia
experiencias musicales subterráneas. La figura de los “jefes secretos”
pertenecería a una tradición esotérica que dice venir de los tratados
herméticos. Trey Spruance, el jefe de los jefes, suele aparecer en escena
vestido de monje con una barba larga, el rostro casi cubierto, como algunos de
los integrantes de la banda, con una guitarra de dos cuerdas afinada para tocar
música del Medio Oriente. Si ha de hablarse aquí de cibernética y de magia
negra, ha de hablarse de esoterismo. Un esoterismo que, por supuesto y una vez
más, está por completo en Internet, como todo lo que se ha dicho hasta aquí.
***
“La hipótesis cibernética” recuerda la procedencia del
mundo que se vive hoy. Se trata de una tarea fundamental de crítica de la
ideología, y no hay que temerle a esta expresión tan desacreditada. Si hay algo
situacionista en Tiqqun, más allá de las fantasías militantes de europeos
desorientados y de las citas hechas por ellos mismos, es efectivamente el
intento de denunciar el reino de la representación y de la apariencia,
haciéndose cargo, claro que sí, del platonismo que esto implica. Porque resulta
que todo lo relativo a las redes, a una vida cotidiana regida por las ansias
comunicacionales y a una vida social y política supuestamente “revolucionada”
por los nodos de información, parece ser natural, inevitable y hermoso y sólo
preocupa, en especial al poder, cuando aparecen los Assange o los Snowden. Pero
convendría recordar que antes había otro mundo y no era tan distinto de éste.
¿Qué cambió, pues, más allá de las habituales eficacias de los aparatos de
propaganda a la hora de instalar novedades?
Gracias a un trabajo detallado y exuberante, la
cibernética logró en los años ’40, con los conceptos de la información y la
comunicación, relanzar la hipótesis liberal que rige desde siempre en la modernidad
pero que parecía un tanto desgastada. El liberalismo no es una ideología sino
una tecnología de gobierno que se va refinando con el tiempo tanto en lo
político como en lo económico. Esto no lo dice Tiqqun, sino Michel Foucault, a
quien Tiqqun cita con abundancia. Pues bien, uno de los servicios prestados por
los Tiqqun es reunir a Foucault con Guy Debord, un encuentro a todas luces
improbable. Foucault trata con desdén a los situacionistas, con Debord a la
cabeza, precisamente en los cursos dedicados al liberalismo y el neoliberalismo
(Seguridad, territorio y población y Nacimiento de la biopolítica). Los
situacionistas, por su parte, siempre se alejaron con desconfianza de las luces
del espectáculo académico buscadas por esa generación a la que pertenecía
Foucault junto a Gilles Deleuze, Jean-François Lyotard y tantos otros. Extraño
asunto si se analizan los elementos supuestos de la centrifugadora del Mayo
francés: situacionismo, “nueva filosofía francesa”, Marcuse, etcétera. Quizás
haya que tirar esos análisis a la papelera de reciclaje.
Y si de reciclar se trata, Tiqqun ve en el hueco entre
Foucault y Debord la clave del asunto. Uno diseccionó las tecnologías de
gobierno pero no pudo ver la instalación de una ciencia del gobierno enunciada
como tal, que es la cibernética. El otro situó a la crítica marxista de la
ideología en la lógica del espectáculo pero no pudo dar con la fase superior de
esa misma lógica (¿cómo hubiera podido hacerlo?): la información, los perfiles
de Facebook. Y ahí es donde Tiqqun ingresa en su propio hueco, porque fueron
sus odiados “negristas” quienes llenaron antes que ellos el otro hueco, el de
Foucault y Debord. Se entiende que las invectivas contra Negri y compañía
puedan estar motivadas por una sana competencia a ver quién es más rebelde e
insurreccional, pero no se comprende tanto, entonces, por qué tanta cita
reverencial a los Foucault, los Agamben, los Sloterdijk, los Simondon, es
decir, todos aquellos que, vivos o muertos, forman parte del panorama
académico-espectacular de nuestros días sin que esto aplaque la potencia de sus
pensamientos.
***
Norbert Wiener, el padre de la cibernética, tenía en
claro que la comunicación era el cemento de la sociedad, que corría entre los
hombres y las máquinas y que, a la espera de un futuro en el que se podrían
“telegrafiar los cuerpos y las almas”, había que alentar la emisión y recepción
de mensajes de todo tipo combatiendo el secreto. No existía en su tiempo
Internet, mucho menos los teléfonos celulares, y la computadora era un
artefacto novísimo e inservible para los cánones actuales. El proyecto
cibernético reconstruido en el modo histórico por Tiqqun tenía en claro, en
todo caso, que para la circulación de mensajes era preciso liberar a la
comunicación de las limitaciones de lo humano y volverla maquínica, y desde
allí también viviente, como cuenta la biología molecular. La idea de que todo
procesa información rompe con la distinción entre materia y espíritu y funde el
lenguaje con la vida y con el pensamiento en tanto fenómenos de comunicación.
Algunas polémicas filosóficas respecto del humanismo, que llevan por lo menos
medio siglo y ya están tomando olor a naftalina, apuntan a esta cuestión sin
conocer del todo la fuerza de la cibernética. Otro tanto ocurre con gran parte de
los análisis sobre la “sociedad de la información”. La cibernética triunfó
cuando se esfumó como proyecto unificado y se diseminó en las ciencias, las
tecnologías y los discursos que usan prefijos como ciberespacio y cibercultura.
En este sentido, la disección de Tiqqun es imprescindible.
Una de las definiciones posibles de cibernética, la de
William Ross Ashby, es la de “ciencia que estudia diferencias”, por cierto
antes de que la diferencia fuera un asunto mayor de la filosofía francesa de
posguerra. Las diferencias son obviamente de información, y se refieren a la
probabilidad, concepto que ya había surcado las ciencias físicas, biológicas y
sociales en el siglo XIX. Lo que miden los cibernéticos es la probabilidad de
aparición de algo dentro de una secuencia dada, un algoritmo. Cuanto más
improbable es algo, más información conlleva. Esto se presta a una
interpretación no demasiado audaz: la gubernamentalidad cibernética consiste en
gestionar las improbabilidades, en “dejar hacer, dejar pasar” sólo hasta el
punto en que se torna demasiado grande o demasiado pequeño aquello que es
transportado. Fue Maurizio Lazzarato, negrista él, quien razonó que entonces la
era actual de las sociedades de control es la del manejo de los acontecimientos
dentro de rangos, tal como Gilbert Simondon definiera la tecnología de la
modulación: un pequeño cambio en una zona determinada que implica el cambio
regulado de toda una estructura mediante su polarización. Lo que queda fuera de
la modulación es de un lado la repetición constante (el revés de la diferencia)
y del otro la revolución.
Parte del negrismo cree que en este sistema de
administración cibernética de las diferencias hay un punto ciego que es la
explotación de la creatividad y de la afectividad de los seres humanos. La
disciplina, como la entendió Foucault, fue una tecnología de poder eficaz en la
medida en que conjuraba la diferencia, lo que se desvía de la norma, incluso
cuando ésta se desplazara. Pero el control, como lo entiende Deleuze, quiere
domeñar algo para lo cual el capitalismo no posee una tecnología testeada. Los
daños colaterales de abrirse a explotar la creatividad son muchos, y por eso la
lucha debe librarse desde el interior de los modos de vida capitalistas. Esto
es lo que aparentemente le molesta a los Tiqqun, pero no pasa de ser una
rencilla hogareña. Sobre todo porque muchos malhadados interpretan que los
negristas retratan un capitalismo flu,
acorde con el soft power que
propagandizaron Bill Clinton y Tony Blair hace no tanto tiempo, cuando son los
primeros en señalar que ante todo está el terror, la fuerza bruta, el hardware del hard power. Lo mismo ocurrió desde el inicio con la cibernética,
que surgió de las investigaciones bélicas en su doble faz: primero apuntar con
eficacia (investigación en cañones antiaéreos, computadoras para calcular el
lanzamiento de la bomba atómica), luego distribuir los mensajes sin secreto
(desencriptación de sistemas comunicacionales, perfeccionamiento de los canales
de transmisión). De este –al menos– doble juego se trata.
Como los mensajes tienen que circular, en este nuevo
proceso civilizatorio es preciso desconfiar de las metáforas del interior, y en
especial de cierta idea de sujeto. Debe ser “vaciado”, dice Tiqqun, pero quizás
y sobre todo sea cuestión de ser “puesto a reaccionar”, como ha dicho Lyotard.
Vaciar supone imaginar que antes había un contenido y que efectivamente había
un interior. “Puesto a reaccionar” implica que no hay tiempo para que el
interior “procese” en términos cibernéticos, o “tramite” en palabras
psicoanalíticas. Hoy se exige que todos intervengan ante cualquier mensaje y
que lo hagan con el mayor sentimiento posible. Las tecnologías de información y
comunicación brindan amplios menúes de plantillas de textos, de imágenes, de
modos de nombrar los afectos y etiquetarlos, e incluso de reemplazar con ellos,
como se puede ver en una publicidad reciente, una charla que se puede tornar
plomiza. Es el exacto reverso de frases como “este producto es para Usted”. ¿Me
está hablando a mí o al que tengo a mi lado? No importa, la interpelación nos
constituye así en sujetos, recuerda el gran Althusser; sujetos, ahora, de
comunicación, de reacción, de respuesta, de emoción, de afecto. Por eso hay una
cierta miopía en quienes, incluidos los propios Tiqqun, ven en la
“cibernetización” sólo una nueva ola de racionalización. Hay más bien una
hiperbolización de la expresión. ¿De un interior? Quizás sí, constituido para
la expresión en tanto circulación de mensajes. De la otra expresión, poco y
nada se sabe.
***
Algunas citas (Marx, Foucault, Benjamin, Kafka)
siempre son de buen tono en el discurso intelectual crítico. Pues bien, al
analizar la mercancía, Marx trató de cazar algunos fantasmas que emanaban de
los objetos y que le dan pimienta y sabor al capitalismo. Luego fue Kafka quien
vio fantasmas, pero no en los objetos sino en los mensajes, en ocasión de una
de sus célebres cartas a Milena. Escribir cartas es convocar a los fantasmas y
desnudarse ante ellos, abrirles la posibilidad de robar los besos que se
envían. Hoy todos los afectos llegan a destino a través medios de “reproductibilidad técnica” que, más
que ahogar el aura, la desmultiplican. Si la mercancía es el fantasma de los
objetos, el de los sujetos es la necesidad de estar comunicados, conectados,
rodeados de un millón de amigos, en un nuevo proceso de acumulación
fantasmática.
Da la impresión de que los fantasmas han sido
reconocidos en una alerta temprana, antes de la constitución de la cibernética.
Pues si para Marx el fantasma de la mercancía crecía junto con la diferencia
entre el valor de uso y el valor de cambio, las vanguardias artísticas de
principios del siglo XX, y en especial la Bauhaus, han sabido introducir en ese
espacio el valor de diseño, o valor de exhibición, como una “excusa para que lo
excedente pueda seguir circulando por el modo de producción capitalista
generando un medido y esperable entusiasmo”, al decir de Gonzalo Aguirre. Lo
que Debord señala como la fase superior de la mercancía, el espectáculo, deriva
de este ensayo de gestión de los fantasmas en el nivel de los sujetos, ahora
sí, mediados por la comunicación. “La exterioridad del espectáculo respecto del
hombre activo se manifiesta en que sus propios gestos ya no le pertenecen a él,
sino a otro que los representa. Es por eso que el espectador no se siente en su
sitio en ninguna parte, porque el espectáculo está en todas”, dice en la tesis
30 de La sociedad del espectáculo
que, conviene recordarlo, es en gran medida una serie de citas de autores
ilustres con algunas palabras cambiadas.
Ahora bien, Debord concibe al espectáculo según el
modo del espectar. Puede haber “un otro que representa”, pero el “hombre
activo” no es exterior al espectáculo, sino interior. Hablar de “la intimidad
como espectáculo”, como lo hace Paula Sibilia, sería el primer paso para
intentar pensar una tercera fase de la mercancía que se funde con la segunda
fase de la captación de los fantasmas por la vía de los sujetos. Quizás ya en
el futuro cercano sea un tanto fútil hablar de sujetos y objetos porque han
sido transformados en lenguaje por la cibernética, conforme el intercambio
mentado por Marx, Kafka y Benjamin ha mutado en interactividad. Habrá que estar
atentos para saber si los fantasmas seguirán acechando o terminarán de perder
identidad y entidad.
Mientras tanto son estos fantasmas que ya no recorren
sólo a Europa, como decía Marx, sino a todo el globo, los que transforman a la
economía en una suerte de magia negra que, conviene recordarlo, reúne a “aquellos
actos de liturgia mágica cuya naturaleza, métodos u objetivos no son comúnmente
aceptados por la sociedad donde se producen. La magia negra es un hechizo, y se
define por la realización de los maleficia,
ideados para producir infortunio, enfermedades o cualquier otro daño”, según
Wikipedia, como corresponde. Es común en la crítica intelectual hablar de la
colonización de todos los ámbitos de la vida común por parte de la economía. De
hecho, de esto trata en parte la visita de Foucault al liberalismo y al
neoliberalismo. Una tecnología de gobierno basada en la vieja idea del oikos (Giorgio Agamben está cerca, y de
allí su relación con los Tiqqun) se revela como un maleficio que enmascara el
sacrificio del don.
La
modernidad cree falsamente, dicen los Tiqqun, que ha inventado el carácter público
de la existencia, cuando en realidad esto fue siempre algo propio del don, uno
de cuyos ejemplos es el conocido potlach,
la destrucción ritual de riquezas de cierta región de América del Norte durante
cierto tiempo por parte de ciertas tribus, analizado por Marcel Mauss y
retomado por Georges Bataille. El don es una figura central de la publicidad
porque allí se celebra, entre otras cosas, “el gasto funcional de las clases
ricas”, los oropeles de los reyes que compensan la miseria de los campesinos y
cuyo único sacrificio posible es la lucha de clases, según se lee en “La noción
de gasto” de Bataille. Si no hay sacrificio, entonces pasará lo que pasa: la
economía general, aquella que evidencia que sobra energía en el universo y que
hay que gastarla, queda atrapada en la economía restringida, nuestra noción de
economía que deviene tecnología de gobierno, y así nos convertimos en seres
tristes enmascarados tras la euforia de los “me gusta”. Por eso en general no
se puede entender que “un sacrificio humano, la construcción de una iglesia o
el regalo de una joya no tienen menos interés que la venta de trigo”, según
escribe Bataille en el prólogo de La
parte maldita. Así, la parte maldita, la que conecta con el maleficio y más
allá con la publicidad como don, es la cara oculta de lo que hoy entendemos
como publicidad: venta de productos y servicios.
La
modernidad ha confiscado así la publicidad y quizás deja una ventana abierta al
don con la información y su fanatismo de “estar todo el tiempo comunicado”. Pues
la publicidad entendida como marketing es duplicada por la intimidad entendida
como espectáculo. ¿Quiere decir por ello que la intimidad-publicidad de las
plataformas digitales de comunicación es un avance más de la lógica
capitalista? Puede ser, pero a condición de recordar que no hay sólo
racionalización, sino también exceso. La sociedad del espectáculo de Debord,
que pensaba en el cine y en los mass
media, está dando paso al espectáculo de la sociedad, un espectáculo en el
que ya no se especta o en el que se espectaculariza lo que antes estaba
quedando fuera.
***
La
contrahistoria del presente que hace Tiqqun a partir de la cibernética y de la
publicidad como don y como espectáculo busca abrir otro modo de vivir: quizás
al modo de las sociedades secretas a las que eran afectos Bataille y sus
secuaces, quizás a la manera de ciertas revueltas invisibles hoy, quizás para
escapar del fantasma del Mayo francés. Contra la información, “energética
anticibernética”. Contra la circulación de mensajes, la interferencia (que es la
forma cibernética del desvío) o directamente la “vacuola de no-comunicación” de
Deleuze. Contra esta duplicidad esquizo de la extrema paranoia y la extrema
visibilidad deseada en las sociedades de control, más opacidad y más intensidad.
Contra la ganancia de tiempo vía la circulación (o su pérdida vía la ansiedad
de comunicación) la generación de un espesor de tiempo presente aliado de lo
invisible.
Esta época ha inventado una manera fácil de pasar a la
clandestinidad: no estar en Facebook o en Twitter o en WhatsApp o en mañana
quién sabe. Dicen que los Tiqqun dejaron
languidecer su actividad pública-secreta luego del 11 de septiembre de 2001,
así como Secret Chiefs 3, desde el corazón del Imperio, se animaba a dar rienda
suelta a los sonidos árabes cuando el horno no daba para bollos. Mientras las
bases de datos de las plataformas comunicacionales son traficadas como
espionaje (un absurdo, pues son los datos de quienes no les importa ser
vigilados), éstas animan supuestas “primaveras” políticas (¿nunca un
“verano”?). Por eso no hay que confundirse: el esoterismo no equivale a
clandestinidad. Tiqqun y Secret Chiefs 3 tienen su página en Facebook.
Ir a Contra
la tentación política, extrálogo a A nuestros amigos, del Comité Invisible
(Heckt 2016), de Diego Sztulwark y Diego Picotto