Gobernarnos // Gustavo Esteva
Arrinconados en su callejón, gobernantes
desconcertados y patéticos buscan salida a su predicamento imposible: no pueden
desconocer ni reconocer su propia ignominia, el hecho de que sus cuerpos de
seguridad operaron en Nochixtlán, igual que en Ayotzinapa, como bandas de
criminales. No funciona ya la fórmula desgastada del chivo expiatorio. La
campaña mediática produce efectos contrarios a los que buscan. Desesperados,
parecen dispuestos a lanzarse al precipicio, a cualquier costo. Y ese costo
sería inmenso para todos.
El martes 21, en el sepelio de uno de los muchachos
asesinados en Nochixtlán, hijo de un maestro, regidor de salud en el cabildo de
Apazco, sentíamos todos el dolor de la familia. Nos conmovió aún más la
reflexión de su padre: Sí, este es el precio que teníamos que pagar. Pero la
lucha tiene que seguir, la lucha no puede parar acá. No son los primeros
muertos, ni van a ser los últimos. Ni modo. Estamos aprendiendo en la lucha
cosas así.
Un par de días después, en una reunión de productores
campesinos en la Mixteca, la conversación resultó muy agitada. Quedó de lado lo
que los había traído. Sentían como propia la agresión a los maestros, pero ya
no se movilizaban por mera solidaridad. Habían llegado a su límite. Era el
momento de luchar por lo suyo, por su propia supervivencia, bajo la convicción
de que unidos sería posible cambiar un estado de cosas insoportable.
Se multiplican los frentes de batalla bajo
configuraciones y estilos muy distintos. No es lo mismo la Mixteca que
Monterrey. Lo que resulta claro es que la lucha magisterial articula
descontentos generalizados que buscan su mejor forma de expresión.
Gobiernos, medios de paga, empresarios, los llamados
poderes fácticos, siguen poniendo el grito en el cielo por el desafío que
enfrentan. Buscan razones y pretextos que justifiquen la mano dura, para la que
preparan a la opinión pública. Algunas personas comunes comparten su exigencia
de restablecer el orden.
Desde arriba insisten así en que el tiempo se agota y
urge devolver la tranquilidad a los millones de ciudadanos afectados. Esconden
bajo la alfombra la manera en que la perdieron. Los maestros intentaron todas
las formas posibles de gestión antes de tomar el curso actual. Tres días antes
de las elecciones del año pasado el gobierno rompió las negociaciones y se negó
a regresar a ellas hasta que Nochixtlán lo obligó a hacerlo.
En la agenda oficial de diálogo está Nochixtlán, donde
el gobierno pretende reparar el daño con meras compensaciones económicas. Puede
incluir asuntos laborales como ceses arbitrarios, descuentos y retención de
sueldos, y hasta presos políticos y otros atropellos. Pero nada más, nada del
meollo del asunto. No entienden la reacción de la gente. Cuando una de las
víctimas de Nochixtlán les dice que estuvieron en el lugar de los hechos porque
creemos que esta reforma tenemos que echarla abajo, necesitan atribuir ese
comportamiento a la manipulación, a rollos ideológicos, e incluso, como en
Chiapas, a la injerencia de grupos extremistas. No quieren darse por enterados
de lo que pasa.
Las autoridades están derivando la peor de las
lecciones de la movilización de hace 10 años. Al crear en 2007 la comisión
investigadora de lo ocurrido en Oaxaca, la Suprema Corte se dio por enterada de
que las corporaciones policiacas afectaron físicamente a gran número de
personas en forma cruel e inhumana, produciendo lesionados, torturados y
muertos, y afirmó que se había producido una suspensión de hecho de las
garantías constitucionales. La Corte parecía interesada en hacer justicia. Lo
que hizo, en cambio, fue extender certificado de impunidad a los violadores. Le
pareció que el uso de la fuerza pública fue legítimo …aunque tardío: debieron
hacer antes lo que hicieron. Contra su estatuto y sus propias palabras, la
Corte dictaminó que las autoridades pueden y deben violar las garantías
constitucionales.
Bajo ese paraguas quieren cobijarse hoy las
autoridades. Sueltan así todos nuestros demonios. Ante el desastre que se
perfila, la fuente de esperanza puede estar en la posibilidad de que la propia
gente ejerza desde abajo capacidad de gobierno, al constatar que arriba se
perdió esa capacidad. Se han dado ya los primeros pasos por ese camino, como
muestran los cambios en la estrategia de movilización.
Ciudadanos y ciudadanas de a pie, lo mismo en una barricada
que entre dirigentes de la CNTE, debemos tomar decisiones de gobierno. Los
maestros de Oaxaca pueden ponerse a implementar su Programa de Transformación
de la Educación, con su sensato sistema de valuación y sus innovaciones
pedagógicas. Empezaríamos así a prescindir de la injerencia de las burocracias
corrompidas de la SEP en el contenido y la forma de la educación.
En todo caso, sería suicida seguir pidiendo peras al
olmo, esperando que estas clases políticas hagan lo que hace falta. Nos toca a
todas y a todos. Hacerlo en esta circunstancia crítica nos servirá de práctica
para lo que sigue.
Fuente: www.jornada.unam.mx/