Making of de las “Crónicas antiheroicas griegas” // Irene Rodríguez y Marta Pérez
Antes de viajar hubo varias quedadas, muchas tareas repartidas, mucho
cruce de mails, y muchas dudas e ideas. Entre ellas, la de escribir lo que
viéramos e hiciéramos en Grecia. Esta idea se desdoblaba en dos: la posibilidad
de producir textos de denuncia de la situación, que quizá podíamos publicar en
algún medio nacional o internacional, y la de escribir algo más narrativo.
Ç– Sí, ¡yo lo intentaría! Contar lo
cotidiano de una situación de emergencia extrema, haciendo todo el esfuerzo del
mundo por eliminar tanto la figura del héroe como su reverso, la víctima
indefensa. Algo así como un relato antiheroico.
– ¡Me encanta! Y me parece un título
perfecto: “crónicas antiheroicas”
– Jajaja, bueno no, que igual no se
entiende bien… yo lo veo más como un título interno para explicarnos nosotras,
al interior.
Interior que se amplió con Pepe y
Amador y que se alojó en la revista Alexia. El correo que nos
enviaron de vuelta, tras contarles la propuesta, estaba tan lleno de ánimos
como de preguntas: ¿por qué vais?, ¿desde dónde queréis hacer esto?, ¿cómo han
llegado todas esas personas ahí?, ¿quiénes son los refugiados?, ¿qué buscan?,
¿cómo transcurre una jornada allí?, ¿qué objetos, qué relaciones veis?, ¿qué
diferencia hay entre un campo autoorganizado y uno del gobierno?, ¿se puede
decir que hay belleza en un campamento?… y muchas más que resonaron sobre el
terreno o nos sirvieron de guía cuando nos sentábamos al ordenador.
La idea de los textos de denuncia
nunca la abandonamos, pero la que fue tomando más importancia fue la de las
crónicas, al encontrar compañeros por el camino que iban a estar ahí, a la
escucha.
EN MOVIMIENTO
Si bien no teníamos una idea previa
que determinara qué contar, sí teníamos algunas preocupaciones respecto al tono
que queríamos que tuviesen los textos.
Ya de vuelta en Madrid, el poder
comentar con Pepe este último texto de “making of” nos
permitió reflexionar sobre algo que no habíamos explicitado entre nosotras
durante la estancia en Grecia: la escritura había sido una parte del hacer,
estaba atravesada por la misma búsqueda y por el mismo frenesí.
El hecho de que fuéramos a escribir
sobre lo que veíamos y experimentábamos organizaba nuestra mirada y nuestras preguntas,
pero de un modo diferente a como lo suele hacer el relato periodístico o la
investigación académica. Cuando hablábamos con la gente no llevábamos preguntas
establecidas de antemano para luego escribir; las preguntas estaban
relacionadas con la práctica, con algo concreto en lo que pudiéramos
comprometernos a intervenir —una duda sobre salud o del proceso de
pre-registro—; o, sencillamente, surgían del vínculo personal, de cuestiones de
la vida cotidiana como las condiciones en los campos.
Así, más que una lista de temas sobre
los que escribir que guiara qué preguntábamos y en qué nos fijábamos más,
íbamos un poco al revés: hacíamos cosas durante el día y, en los momentos en
que los que nos movíamos de un lugar a otro, en el coche, nos contábamos las
cosas, las organizábamos, intentábamos darles un sentido, una continuidad, un
hilo. Las crónicas se gestaban en estos momentos y, por eso, al final no fue
tan malo que nos perdiéramos tanto en la carretera.
– Gira, gira por ahí, que en teoría,
a cinco kilómetros, hay una salida que tenemos que coger
– Vale, guay. Y volviendo a estas dos
chicas de la ONG que hemos conocido, me sorprende cómo estamos todos igual,
preguntándonos por el sentido de estar aquí. Creo que va a ser una de las
constantes del viaje
– Total. La primera crónica podamos
centrarla en esto, ¿no? Llevamos varios días muy revueltas con el tema y quizá
nos ayude también a ordenarnos un poco la cabeza
Precisamente para eso nos ha servido
escribir las crónicas: para poder “ordenarnos la cabeza”. O en otras palabras,
nos ayudaron a zambullirnos en la realidad porque sabíamos que luego teníamos
una tarea que nos permitiría reflexionar sobre ella. Como si la escritura fuese
una prolongación de la práctica diaria, un ejercicio de elaboración de lo pensado-sentido
que nos permitía comprender(nos) una situación de excepción tan arrolladora.
Todos los tropiezos que hemos podido tener habrían sido mucho mayores si no
hubiéramos tenido este espacio en el que desgranábamos nuestras dudas, así como
luego ajustábamos nuestro hacer a aquello que habíamos comprendido mejor
durante la jornada, pensábamos por escrito y aprendíamos.
Eso es una parte muy importante del para
qué nos han servido a nosotras estas crónicas. Nos hemos preguntadopara
qué les pueden servir a las demás; quizá solo podemos responder que,
desde la primera crónica, uno de los públicos que teníamos en la cabeza eran
las personas que se planteasen venir en algún momento. Porque lo que se iban a
encontrar, los campos militares, son algo muy bestia; nos parecía que cuanto
más compartiéramos sobre esos lugares (información, pero también dudas,
sentires, dilemas, amistades), mejor.
LOS CÓMOS Y LOS CUÁNDOS: EL MOMENTO DE ESCRIBIR
– Me confirma María que hay asamblea
hoy a las 20h.
– Joder, y entonces cómo lo hacemos?
Si queremos terminar la crónica, ir a Oreokastro y hacer la compra de sandalias
no nos da tiempo a estar de vuelta a las ocho…
– Ya, pero en esta asamblea se va a
hablar del proyecto de vivienda, y no nos la podemos perder
– Tienes razón, entonces dejamos la
visita a Oreokastro para mañana, y así tenemos unas horas tranquilas para
terminar la crónica y hacer la compra antes de la asamblea.
En un contexto de precariedad
abrumadora, donde la urgencia es la norma, la inercia del hacer te lleva casi
por instinto a actuar sin pensar mucho y a considerar algo secundario todo
aquello que se salga de ese hacer. Obligarnos a dedicar mañanas enteras para
relajarnos lo suficiente como para poder escribir ha sido casi un ejercicio de
autocuidado: una de nosotras comenzaba a escribir, dejando más terminadas las
partes con las que se sentía más cómoda mientras que solamente dejaba esbozadas
partes en las que se sentía atascada para que la otra, al recoger el guante,
las trabajara.
Por supuesto, la escritura generaba
nuevas preguntas y problemas, aunque muchas de ellas ya estaban ahí y lo que
hacía el texto era ayudarnos a explicitarlas. Eso sí, esa explicitación estaba
repleta de compromisos personales, éticos y políticos. Por ejemplo, dimos
muchas vueltas a cómo abordar una crítica a las ONGs sin que se leyera como un
juicio al trabajo de personas que colaboraban con esas organizaciones y que,
además, enunciaban críticas muy similares a las nuestras.
Queríamos intentar mostrar la
complejidad de la situación en Grecia, evitando la idealización de prácticas y
personas y el tono moralista –“esto está bien, esto está mal”, “hay que…”–.
Pensamos que ese tono y esa práctica, como guía de acción en una situación poco
conocida y compleja, puede tener efectos violentos. Para ello, nos conteníamos
la una a otra, y cada una a sí misma, eliminando frases que pudieran leerse
como aleccionadoras y dogmáticas (para esto también ha sido fundamental la
ayuda de Amador y Pepe).
En dos ocasiones, el propio contexto
del lugar de lectura, España, se conectó con reflexiones éticas que estábamos
teniendo sobre la escritura de los textos. Ocurrió con las dos últimas
crónicas, que trataban sobre la fuerza de un gobierno (Crónica IV) y la fuerza de los cualquiera (Crónica V). La
primera la escribimos cuando ya llevábamos más de dos semanas en Tesalónica.
Necesitábamos comprender sobre el terreno cuál podía ser el papel del Gobierno
griego en los campos militares y en las cuestiones relacionadas con el proceso
de asilo. La segunda la escribimos ya en Madrid, tras unos últimos días en los
que no parábamos de presenciar y conocer, ya en la distancia, acciones de los
cualquiera que hacían saltar por los aires muchos tipos de fronteras, y que
aspiraban a replicarse y hacerse sostenibles. No se trataba, pues, de criticar
al gobierno y alabar a los movimientos; echábamos de menos al Gobierno,
protegiendo, cuidando la vida.
Pero estas crónicas se publicaban en
período electoral en España y nos preocupaba que se leyeran como otro texto más
dentro de los debates en torno a ese momento en concreto y a la discusión de
más largo recorrido sobre las relaciones entre la institución y los movimientos
sociales. Sentíamos que la situación que viven los refugiados y los autóctonos
en Grecia ameritaba una lectura, un análisis, un trabajo de empatía que la
otorgara un lugar singular e importante.
Ese sentimiento de compromiso con la
situación conectaba con uno de los asuntos irresueltos de estos textos: su tipo
de relación ética con las personas que están atrapadas en Grecia y cuyas voces
hemos filtrado en las crónicas. Ellas y ellos no las han leído (tendrían que
estar en árabe para que pudieran hacerlo, y de momento solo podemos traducirlas
al inglés y estamos intentando con el griego). Ellos y ellas aparecen como
arquetipos, como alguien que cuenta algo que podría contar casi cualquiera del
campo. Para ir más allá de esto hubiera sido necesario hacerlo juntas, pero un
mes no nos parecía suficiente para construir un compromiso ético con las
personas que comparten sus experiencias y pensamientos. Así que adoptamos
algunas decisiones, como no relatar historias personales, no hacer entrevistas,
no analizar los enunciados que reproducíamos en las crónicas.
Durante nuestra estancia, y ahora ya
en casa, pensamos mucho en las formas de dar continuidad a lo que hemos
empezado. A las amistades, los vínculos con las refugiadas y los colectivos
griegos que las apoyan, las tareas concretas. Una forma de continuar que tiene
mucho de probar a ver cómo se hace eso del internacionalismo práctico y pegado
a lo cotidiano que decíamos en la tercera crónica. También está llena de
alegrías. Por ejemplo, hoy, sábado 23 de julio, cuando terminamos de escribir estas
líneas, saludamos con júbilo la apertura ayer viernes de un espacio social y de
vivienda para refugiadas en el centro de la ciudad de Tesalónica. Aquí la dirección web para conocer cómo apoyar.
Fuente: revistaalexia.es/
Fuente: revistaalexia.es/