Microcréditos posibles // Ángela Gancedo Igarza y Julián Mónaco


foto de sub.coop
Juana León trabaja de lunes a domingo: para ella no existen los feriados ni los días libres. Cada mañana apura el desayuno en su casa del barrio Samoré y camina treinta, cuarenta, cincuenta cuadras (o las que hagan falta) para atender a sus clientes. No puede gastar en viajes, pero recorre la ciudad cargando su pesada caja de herramientas para hacer pies, manos, depilación, parafina, permanente y color. Desde hace algunos años, su principal arma de trabajo es el teléfono: pase lo que pase, nunca lo apaga. Cuando le vibra en el bolsillo, sabe que hay trabajo. Y también sabe muy bien que cada una de esas caminatas vale una parte del crédito que tiene que devolver para lograr algunos de sus sueños de emprendedora.

–Mi vida es todo sacrificio y de a poco devuelvo: si hice quinientos pesos, les dejo trescientos. Cuando pago todo pido otro crédito y compro una herramienta nueva –cuenta.

Fíe Gran Poder no es como los demás bancos: presta pero no cobra intereses.

El acceso de los sectores populares a los microcréditos es un fenómeno reciente en América Latina. En nuestro país, cabría fecharlo en 2001, precisamente el año en el que el banco boliviano del que Juana es clienta llegó al país para abrir su primer local. Mientras los grandes bancos dejaban la Argentina, los directivos de Fíe decidían instalarse aquí, después de una visita a la feria La Salada. Algo había en común: Gran Poder es el barrio comercial de economía informal más importante de La Paz.

–El Fíe es para los obreros, para los trabajadores: mi garante soy yo misma –explica esta emprendedora que llegó al país desde Paraguay.

Juana León conoció el banco unos meses después de abierto, por el boca en boca: era la única firma que no exigía tantas trabas de documentos.

Junto a una socia, montaron una peluquería en el barrio de Once, muy cerca de lo que hoy es una de las nueve sucursales de Fíe en la Argentina (dos de ellas están en Salta y Jujuy). Querían dejar de ser empleadas de una cadena y, sobre todo, de trabajar en negro.

La futura peluquería era una antigua casa de apuestas ubicada en Pasco 88 que demandó reformas tan complicadas como costosas: electricidad, agua y, además, innumerables habilitaciones municipales.

–Tenía que pagar seis mil pesos por cada gabinete ¿pero cómo podés pagar si no te dejan
trabajar? –se queja todavía hoy Juana.

Fíe les prestó tres mil pesos, y una clienta de confianza la otra mitad. Pero el recuerdo de ese primer momento la amarga. Todo estaba a nombre de su compañera porque Juana no tenía documentos. Y un buen día la estafó.

Después de ese revés, que le costó cerca de cincuenta mil pesos, volvió a Fíe para empezar de cero. Pero esta vez ella sola, por su propia cuenta.

–Nunca le tuve miedo a las deudas –dice.

Desde hace cinco años, Juana empezó a trabajar para cumplir su proyecto de abrir su propio spa de manos y pies. Los empleados de Fíe cuentan que han visto a muchos de sus clientes empezar en la venta ambulante y llegar al local. Llegar al local propio es lo máximo y Juana tiene sus sueños puestos allí.

–Si logro cancelar el semanal que tengo ahora, voy a dedicarme a todo lo que es piso y pintura del salón, aunque la mano de obra es muy cara –explica.

Cada vez que Juana pide un nuevo crédito, recibe la visita de “las chicas del Fíe”,como ella las llama. Esas mujeres pasan a verificar que el proyecto avanza, que existe una obra en construcción o que compró nuevas herramientas. Toman fotos, hacen registros. Primero Fíe le prestó mil quinientos pesos; después, otros tres mil.

–Cancelás un crédito y ya tomás otro. Vos elegís el pago: semanal, quincenal, mensual.

El futuro salón, levantado sobre un terreno baldío, ya cuenta con una camilla y un sillón ortopédico –su mayor tesoro– valuado en quince mil pesos.

–Para la gente preparada, la llave es el título; para mí son mis herramientas de trabajo: sin ellas no puedo hacer nada.

Pero Juana también estudió y llegó a Fíe hecha como profesional: se preparó en el Instituto de la Dra. Viviana Bustos, en el barrio de Caballito, y también en el Instituto del Pie, donde se especializó en el tratamiento de pacientes diabéticos y en reflexología podal.

–El pie es el mejor medio de transporte que tiene el ser humano, nos transporta gratis a todos lados, por eso hay que conservarlo.

La mayoría de los seis mil novecientos clientes de Fíe son de origen boliviano y peruano. Menos de la mitad son argentinos. En 2011 llegaron a tener más de nueve mil prestatarios. Esa baja se debe a la escasez de liquidez que afecta a entidades de este tipo, por no estar reguladas.

–Los bancos convencionales acceden a los fondos del Banco Central, pero nosotros no podemos porque no estamos registrados; no somos una entidad financiera sino una de microfinanzas –explica Nancy Pérez, jefa de la sucursal de Once.

Debido a ese problema, Fíe optó por enfocarse exclusivamente en sus clientes más antiguos, con buen comportamiento de pago, y les ofrece un trato casi familiar. Juana es de las que recibe ese tipo de trato.

–Hay viernes en que llamo y pido que no me cierren, que me esperen para pagar. Hoy día el
préstamo máximo que me podrían dar sería de treinta mil pesos.

En Buenos Aires los días se hacen cada vez más largos, y el teléfono le explota. Eso significa para Juana –que nunca tuvo un sueldo y siempre tuvo que generarse su clientela– mucho más trabajo: conoce a su público y sabe que cuando llega el verano quieren verse bien.

–Es lo que más cuido: tengo a alguien de cada rinconcito de la Argentina.

En los meses de verano, su agenda se llena de anotaciones y puede llegar a devolver cerca de quinientos pesos semanales. El invierno, en cambio, es más duro: la gente se descuida.

Es jueves al mediodía y caen treinta grados sobre la ciudad: Juana va de Pompeya a Vicente
López y después a Retiro, sigue por el Centro y termina en la zona del Abasto. En su vida no hay tiempos muertos: arriba del colectivo aprovecha para bordar toallas, que también vende a sus clientes.

–Mi único enemigo es el reloj.

Revista Tema Uno #6 / Poder

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