Mientras tanto // Andrés Fuentes
Reflexiones sobre precariedad y política, a partir de Libre albedrío
1.
La vi hace 15 días. Más o menos.
Desde ese momento me deambula por el cuerpo. Va y viene. Pero no se va. Hablo
de “Libre albedrío” (Matthias Glasner, 2006) película alemana que nos cuenta la historia de Theo y Nattie.
Theo es un violador compulsivo que
cumplió una condena de nueve años en un centro psiquiátrico. Acaba de salir.
Toma contacto con un flaco que regentea algo así como un centro de reinserción
para los que salen de lugares como los que él estuvo. Este muchacho se mueve
para conseguirle un laburo. Logra meterlo en una fábrica, tipo una imprenta. Theo trabaja ahí lo más piola. Por
ahora va todo bien. Mientras, combate con una fuerza que le habita
adentro: el indómito deseo de violar y matar mujeres.
2.
Theo organiza su vida: vive en esa
pensión para “recuperados”, se hace amigo del coordinador y va con él a un
gimnasio de artes marciales y labura en la imprenta.
Busca conocer chicas huyendo de su
ser violador. Es difícil. Lo vemos algunas veces rechazado, tranqui, sin
reacciones raras, pero en otras cuando espera un tren, va a un negocio, o anda
por la calle, asoma esa fuerza que busca repeler. Una inercia que desprecia
pero que está ahí. La historia de Theo es la de alguien que quiere pero no
puede, por que hay en él otro querer que puede más.
No hay un cuerpo que le cuesta
deshacer el sentido que lo organiza por la angustia de quebrar el molde; no hay
un devenir salvaje que busca romper con el yo impuesto; hay una multiplicidad
de fragmentos donde súbitamente hay uno que subsume a todos los demás. Un sí
mismo como un archipiélago de mosaicos difíciles de orquestar sumido en el
pánico de ser lo que no quiere ser pero que casi siempre lo termina siendo.
Si todas las experiencias de Theo constatan una coherencia afectiva
viscosa y precaria, se descalibra también su radar perceptivo y pensante
licuando cualquier sentido hegemónico. Theo no es alguien organizado
existencialmente bajo un determinado código que en su momento se hizo carne
pero que hoy ya no lo conmueve; que sus palabras lo rozan pero ya no lo marcan.
Esta interpelado vorazmente por
alfabetos distintos. Ese es su drama: mareado por constelaciones diversas va
armándose de a poco un mapa para su existencia, con el peligro de caer y ser
chupado por el impulso de violar y matar; una experiencia que en lo inmediato
le da una energía y placer brutal pero que al mismo tiempo rechaza.
El proyecto político de Theo no se trata de sondear en su
materia sensible en la búsqueda de puntos luminosos que expandir, sino en
investigar las pronunciadas grietas de su cuerpo cubista configurando nuevos
sentidos para su vida y tratando de apaciguar su ser violador que irrumpe como
una amenaza para esos eventuales sentidos que busca trazar.
3.
Nattie es una chica de 27 años que vive y
trabaja con el padre. Agobiada por esta relación decide largarse sola y armar
su vida como pueda. Mientras se ocupa de estas cosas, irradia una fobia por los
hombres; en Nattie esta triturada cualquier creencia en el amor.
Un día en un supermercado Nattie necesita plata para hacer una compra
que le mandaron a hacer de su nuevo laburo. Y ve a uno de los empleados de su
padre en la imprenta que anda comprando por ahí. Se acerca y lo encara. Le pide
un billete y éste le da. Ese empleado es Theo.
Colisionan dos economías libidinales
muy diferentes: en Theo un deseo petrificado en la posesión frenética del
cuerpo femenino; en Nattie una huida desesperada del frente masculino.
Colisión que por sus componentes cualquiera postularía a priori que no
encontrarían sinergia alguna o que provocaría un estallido. Pero no: se mezclan
y se va dibujando una fórmula que descongela las fijaciones de cada uno y hace
germinar nuevas condiciones de vida.
La escena en el gimnasio donde Theo y Nattie practican ejercicios de lucha, se
pegan piñas uno y el otro y ella no golpea por odio y él no golpea para violar
y matar, expone como se van enhebrado otras corrientes afectivas, se corroen
memorias extendidas y mutan coordenadas perceptivas entre ambos. En esta cocina
existencial se pulen los nuevos hábitos de Theo y Nattie.
Tras idas y vueltas, Theo y Nattie se enamoran y viven juntos. En el
balcón de su casa Nattie le dice a Theo:
- Theo, mírame. Te amo. Es tan
agradable…
- ¿Qué?
- Mirarte… y ser capaz de decir esto.
Ser capaz de oir mi voz cuando lo digo.
En esas palabras Nattie expresa sus sentimientos por la
Theo; en esas palabras se calcifican las costuras de las corrientes
afectivas y los recuerdos inmediatos que arman la pareja. Por eso necesita
escucharlas. El lenguaje va soldando y expandiendo los nuevos cuerpos, no los
limita en algún código que presupone una moral tabicando las infinitas
búsquedas de lo sensorial.
4.
La relación entre Theo y Nattie se interrumpe de un golpazo. Theo
anda por la calle y ve a Nattie en un bar con un par de compañeros de trabajo,
tomando y riéndose -no le gusta nada-. A todo esto, sigue andando y se manda a
seguir a una mujer. En un estacionamiento vacío y solitario, viola y masacra a la
mina. El croquis existencial que Theo venía trazando como devenir del Theo que
buscaba combatir, se evapora de un mazazo.
Tras el hecho, en un dialogo con Nattie , Theo le vocifera este puñado de
palabras:
- No sabes nada. ¡No sabes ni una
maldita cosa!
- Dejalo ya, por favor, dejalo…
- Antes de llegar aquí estuve encerrado
nueve años. Violé a tres mujeres. Primero las golpeé y luego me las cojí. Y
metí a una desnuda en un horno caliente… Quería… quería que todo estuviera bien
entre nosotros. Quería pararlo. Pero esta dentro de mí. Siempre… siempre. Y
nunca va a parar. Ahora estoy seguro. ¿Me escuchaste? ¡Nunca va a parar!
Theo se escapa y se guarda. Nattie lo busca. Por un lado ella lo odia,
pero por otro está enamorada y hay una fuerza que la empuja a indagar en todo esto que pasa.
Luego de una
pesquisa larga y con algunos episodios brutales, Nattielo encuentra a Theo en la playa,
sentado sobre la arena. Theo se corta las venas; Nattie lo abraza y llora. En un plano
vertical, vemos a Nattie de frente al mar sosteniendo a Theo, ahora
un cadáver naciente.
De esta historia nació otra Nattie; aprendió a proyectarse por fuera
del padre olvidando ser la nena mimada y se mandó a potenciar la vida que le
ofrecía el recuerdo de Theo, pulverizando cualquier rol de víctima y llorona.
Theo cae derrotado por qué no puede
vivir sin violar y matar, o mejor dicho, teme estar condenado a matar incluso a
lo que ama. Su dilema: vivir en el recuerdo de una época dorada que ya no está
y soportar lo insoportable, o dejar de vivir para aliviar la carga infernal que
padece a costa de excluir la posibilidad de volver a vivir una existencia donde
sus impulsos ya no lo gobiernen.
Theo decide matarse. Theo se suicida
por no bancar más su búsqueda, por hartarse del mientras tanto.
Hablamos de un cansancio especial. No
es el cansancio producto de las exigencias del laburo o el andar en la calle
gestionando una batería de circunstancias que nos permitan seguir a flote.
Tampoco es el agotamiento del estar harto de estar harto que nos empuja a
revisar los fundamentos de nuestra existencia, desvalorizando lo que creíamos
como absoluto. Es un cansancio que decanta de una lucha empantanada; buscamos
rabiosamente pero no cambia el panorama. Descartado cualquier voluntarismo y
trabados en nuestra coyuntura, la duración de la impotencia se estira y estira
y cada vez más ahogados no encontramos aire.
5.
En Theo -como en Nattie también- hay una política
basada en la memoria como campo de batalla. Porque si bien nuestra existencia
contemporánea se configura al calor de la amnesia como epidemia social, también
hay recuerdos que nos fijan brutalmente y nos modelan a rajatabla.
La memoria como territorio bélico,
activa una lucha por destrabar formas enquistadas y olvidar costumbres
reactivas; despejar esos fragmentos que nos definen detonando su insistencia en
organizarnos. Y también hacer más presentes otros que andan más relegados;
encender recuerdos de lo que fuimos, tratando de capturar y corporizar la
estela de una explosión fugaz que permite creer en algo que podemos ser y que
nos vitaliza.
Estos olvidos como destrucción de
hábitos y estos esfuerzos por hacer presentes situaciones donde nos
reencontramos con nuestra potencia política, son mutaciones profundas que
experimentamos. Cambios de piel en diferentes sentidos; a veces más copados,
otros más fuleros.
Se abre así otra expectativa con
respecto al futuro. No hay para nosotros un final feliz ni trágico escrito de
antemano. Murió la historia lineal. El componente utópico como intensidad
afectiva, como gusto por la vida y necesidad de expandir nuestros deseos, son
conquistas posibles, que pueden acontecer como no, y a su vez, esos campos de
experiencia abiertos a empujones y codazos, duren más, duren menos, son siempre
de una duración improbable.
El problema político que nos deja la
ficción sobre Theo en relación a nuestros futuros, es la pregunta de cómo
encarar la repetición de la derrota. Encajonados buscando salir y pendulando
en una inercia donde las puntas para componer nuevos escenarios no
aparecen, ¿cómo esperar sin esperanza? ¿Cómo tomar fuerza cuando no descansamos
en la ilusión de que algo nos puede caer del cielo para darnos
una mano? ¿Cómo no sucumbir ante el cansancio de una derrota que en su
persistencia transforma en insoportable la vida?
[fuente: http://losutil.blogspot.com.ar/]